miércoles, 9 de octubre de 2013

PENÉLOPE

Se lo llevaron a las tres de la madrugada. Los niños estaban durmiendo abrazados en una camita. Los despertó la sirena. Como a mí, que ya estaba sobre avisada de que cualquier día podría ocurrir.
 
Lo esposaron ante los vecinos jubilados, esos que siempre miran por la ventana de la planta baja, sin correr la cortina. La mujer salió en camisón y con una mañanita sobre los hombros, que quizás le tejió su madre cuando iba para recién casada. Se lo llevaron sin lamentaciones y sin conmisceración.
El día del juicio le cayeron diez años. No lloró. Ni tampoco lo hice yo. Ahora vienen sus amigos una vez al mes y me traen un sobre con dinero. Los niños crecen, van bien en el colegio. Mis padres me miran con compasión, y no me dicen palabra. Pero yo estoy bien. No necesito nada económicamente. No me hace falta su ilusión. Me he apuntado a un curso de la escuela de adultos. Estoy aprendiendo informática. Hay también excursiones de senderismo. Voy a verlo al vis-à-vis. No es amor, no es sexo. Pero tengo que cumplir. Él está allí, tiene su vida organizada en la cárcel, entre hombres, Yo los martes y jueves voy al Aquagim. Y diez años se pasan tan deprisa... No, no lo echo de menos. Él tiene su vida y yo vivo sin esperanza. Porque si le espero me paralizo y eso ya no sería vivir.
Mis padres me miran y no dicen nada. Es un espacio, un tiempo, solo para mí. Y él sigue allí...
 
 

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