viernes, 4 de enero de 2013

UNA BODA

Es el último domingo del año y Helena me pide que haga de maestra de ceremonias en La Matandeta. Ella todavía no se atreve. ¿Estás nerviosa? Y por qué habría de estarlo si lo mejor que se hacer en la vida es trabajar con las palabras. Helena me cuenta la historia. Justo el día en que yo partía para Aix, sin acabar el verano, los novios llegaban a La Matandeta para concertar su boda. Viven en Malabo, Guinea Ecuatorial.  Patricia, que es valenciana, trabaja para un organismo dedicado al mundo de la cultura, Rubén es guionista de cine y televisión.
La mañana es fría y soleada. Una de esas mañanas en las que la Primavera parece querer resucitar, sin conseguirlo.
Los novios han convocado a su familia y a sus amigos a las doce del mediodía. Hay gente de diversas nacionalidades. Se escucha francés, inglés, alemán, valenciano y castellano. Encuentros alegres y agradables. La novia había pedido como destino Washington, le dieron Malabo, lo que le costó un disgusto. Quizás no sabía que como dice Cortázar uno siempre anda sin buscar, pero siempre acaba encontrando.
Me han dejado un libro El porteador de Marlow. Helena me pregunta por el significado del título y le hablo de Joseph Conrad y la intertextualidad. También les citaré a Erasmo de Rotterdam y el significado del compromiso.
Con media hora de retraso llega el novio acompañado de su madre. Es muy tímido y está muy guapo. Como el resto de los invitados comparte un detalle de su vestimenta en un tejido verde y negro de dibujos tribales. Es la costumbre en Guinea donde cada familia tiene un tejido y un dibujo propios. El día de la boda los invitados aparecen vestidos con la misma tela y diferentes modelos. Aquí se ha reducido a un guiño y un capricho sobre el atuendo.
Me presentan a la prima Carla, la mayor, que hablará como testigo. También lo hará Gilbert, congoleño, del mundo del cine, que ahora vive en Barcelona. Hablamos de la Provenza, la conoce, la añora. Me dice que no me pierda el espectáculo de los colores y los olores cuando llegue la primavera.
La novia llega con una hora de retraso. Me dicen que en Guinea eso es normal, forma parte del rito.
Está tan guapa que se lo perdonamos. Su vestido de flecos, en tono marfil, es precioso. Entra al son de música  guineana, sonrie, le hacen muchas fotos.
Habrá intercambio de anillos y de votos. Agradecimientos y risas. Todo el mundo parece feliz.
A la hora de la tarta, la cortarán a cuatro manos porque una pareja de amigos, que se casó hace un mes no tuvo tarta y ellos les ofrecen un cuchillo, un hueco en su alegría. El ramo de la novia, y una ranchera, para la prima que se comprometió con un mejicano y se marcha a la tierra de Jalisco.
Más discursos, más risas.
Cuando se despidan, Patricia me contará que se van cinco días a Venecia, antes de volver a Malabo. A seguir cogiendo aviones, a seguir experimentando. Y si hay acqua alta. Mejor, me responde, así no hay que salir para nada del hotel y seguimos descansando.


Cae la tarde, se marcha todo el mundo. La primavera, sí que consiguió meterse en este día de invierno.

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