domingo, 23 de septiembre de 2012

Erasmus con bouillabaisse

¿Por qué nos pone tan tristes despedirnos de los niños si un día crecerán y sin ningunas contemplaciones, serán ellos los que nos digan adiós?
Apuntan los psicólogos que la adolescencia es un regalo de los dioses a los padres para que no les duela separarse de los hijos. Y luego ratifican, que los nietos son un regalo de los dioses a los padres, por no haber matado a sus hijos.
Pues en esa fase estoy yo. El pasado seis de septiembre mi marido y mi nieto volvían a España, después de que disfrutáramos durante quince días de la hospitalidad de Carina Moya y su familia, que viven en Gargas, en plena campiña francesa, a 50 Km. de Aviñon.
Ellos se van y a mi me espera  Derek Moxon, mi casero durante mi estancia en Provenza. Vivo en Puyricard, a 7 km. de Aix-en-Provence, un pueblo residencial rodeado de viñedos y lleno de caminos que siempre conducen al mismo sitio.
Tenemos reunión de reunión de Erasmus en la Facultad de Letras, seremos unos doscientos. Y por más que mire y remire no encuentro a nadie que ni por asomo se asemeje a mi edad. O sea, que el primer día me siento como un salmón dentro del puchero valenciano el día de Navidad.
No temblar a menos que el suelo tiemble,
Las clases no empezarán hasta el lunes 24. Este año se han fusionado las universidades de Aix y Marsella . Con ello se han convertido en el mayor establecimiento público universitario del Mediterráneo y quizás también en el mayor desorganizado por el momento.
Pero demos un voto de confianza y esperemos que ellos se aclaren y nosotros también.
Como me sobra tiempo para reconocer el contexto en el que voy a vivir los próximos meses, el lunes me fui a Marsella, a pesar de las advertencias de que es una ciudad peligrosa. Leo en la portada del semanario "Marsella, territorio perdido de la República". Marsella-Provence será la capital europea de la cultura en 2013.
Llego muy pronto a la ciudad y la encuentro espabilando del tedio y del calor de ciertas mañanas de septiembre en las que parace que no va a ocurrir nada en la vida, pero sí que ocurre.
Lo primero que me llama la atención es el olor. Marsella huele a puerto y a especias, a mar y a salitre. Lo  segundo el color y me doy cuenta  de que es un color de mezcla humana. Marsella la habitan armenios, musulmanes, cristianos y judíos. Un crisol de razas y de culturas. Un lugar donde en la arena de la playa se mezclan ricos y pobres. Pero, a pesar de su pasado, Marsella más bien parece un recuerdo del futuro, de lo que devendrá el mundo globalizado y que aquí ya lleva siglos existiendo: la multiculturalidad configura Marsella.
Marsella es la ciudad más antigua de Francia, fundada hace 2600 años por los fenicios. A la ciudad la llaman también, la de las 145 nacionalidades, que en este momento, sufren y padecen la crisis ecoómica.
Me paseo por Promenade la Corniche, encima del mar y rodeada del verde de las montañas y de las villas lujosas. Hace calor, la luz es brumosa y la isla de If desafía el tiempo, la vida y la literatura.
Y para festejar la alegría de estar viva, voy y me como una bullabesa. A votre santé, bon appétit!

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