domingo, 15 de noviembre de 2020

PARADA LÁCTEA EN POLLENÇA

 

 

                                                                                  Lo único que llega con seguridad es la muerte.

                                                                                               Gabriel García Márquez




Esta es la historia de  un cuadro. Mejor dicho, de la compra de  un cuadro. Y de su  pintor, que acaba de morir. Como todas las buenas historias, los relatos suculentos, las narraciones que merecen ser seguidas, no se fraguó en un instante, sino a lo largo de años. Aunque la muerte del artista fuera en un último segundo.

El cuadro se  titula Parada  láctea  en  Pollença y el artista que lo pintó Pepe Morea.

No conocí a Morea la primera vez que lo ví, un verano en la terraza de La Matandeta, sino muchos años antes. En 1984 yo acababa de  ser madre a los veinticuatro  y trabajaba  en Presidencia de la  Generalitat. Un viernes de marzo, una de  mis  compañeras, Consuelo Torres, cofundadora de  la  mítica librería Dona  en la calle Grabador Esteve y casada por aquel tiempo con Facundo Tomás, decano de la Facultad de Bellas  Artes, me anunció que aquella tarde la Valencia más puesta  y à la page asistía a la inauguración en  la Casa Museo  Benlliure de la exposición de Pepe Morea.

¿Y ese quién es? Me atreví a preguntar. ¿Que no sabes quién es Pepe Morea? Es el pintor valenciano más importante y más moderno de estos momentos.

No fui aquella tarde al evento. Pero me acompañaron unos días después a verla y me regalaron el catálogo. Nunca había visto una pintura igual. Morea  era  moderno en el sentido de novedoso. Era  una  pintura ecléctica que rezumaba movida madrileña. Al fin y al cabo, el artista había obtenido la beca Velázquez, concedida  por el Ayuntamiento de Valencia y venia de pasar dos años en Madrid en la  Casa Velázquez que el gobierno francés poseía en Madrid.


Sigo conservando el catálogo de aquella exposición y de  mi primer contacto con la pintura de Morea. Un catálogo que releo con  gusto, ahora que Morea ya  no está  entre nosotros. Un catálogo  del que el propio Morea me confesó que no conservaba ni un  solo ejemplar y que nos dedicó muchos  años después, el día de  nuestro primer  encuentro , en La Matandeta. La dedicatoria  está  escrita  con tinta de calamar. 


Terminaron los felices ochenta, se acabó la movida, la vida nocturna de Valencia cambió. Nos mudamos  de oficio y de ocupaciones. Un día en Chiva, en el restaurante Pelegrí, mientras comíamos con Rafa y Mari Carmen, me volví cruzar con la pintura de Morea y supe de la amistad con nuestros mutuos amigos.


Hasta aquel verano. Un día  apareció a mediodía  Rafa Pérez, el Pelegrí  acompañado de un hombre menudo y risueño. La terraza estaba llena y no dábamos abasto. Rafa se había quedado sin gasolina en la autopista. Creo que volvían de Alicante. Les habían ayudado, pero no llevaban dinero. Les dimos de comer y les prestamos. Tuve una señal y le pregunté al acompañante si era  Pepe Morea. Si, ¿me conoces? Si, hace muchos años que  sé de ti.


Siguieron más encuentros aquel verano. En su casa de Chiva. La casa de  un artista. Un cuarto de baño que recordaba a  Dalí. Un conejo peludo que vivía sin bajar de una en mesa. Un mejillón gigante colgando en el corral y decenas y decenas de telas repartidas por varias habitaciones, alguna de ellas sin la cuarta  pared, como en  un escenario. Y un cuadro.

Dos garzas están  paradas  en un estanque. Rezuman algo lactoso por la boca. La luna llena se refleja en el agua y el cuadro se llama Parada láctea en Pollença, porque en la isla de Mallorca lo pintó Morea. Ese fue el cuadro que  nos llevamos a La  Matandeta. Hace  poco vi las fotos de aquella noche de pintura y amigos. Sin embargo, hoy no las encuentro.

El pago de la  pintura se estipuló en tres plazos. Cumplidos escrupulosamente durante  ese  mismo verano y acompañados de tres cenas en La Matandeta, con los Pelegrí como testigos.



 Morea pasó a  formar parte de nuestros habituales. En esta familia no se resta, sino que se va sumando. David, su hijo, celebró su boda  en La Matandeta.

Pepe estuvo en el bautizo de  Manuel. Le regaló un cuadro. Manu, tu primera copa, lo títuló. Participó en la boda de Rubén y Helena. Su regalo un óleo titulado Pasión. La última  vez que nos vimos fue el día  de su enlace con Claudio. En la  casa de Chiva  no cabía  un alfiler más. Qué lástima  que todos  hayamos estado ocupados con otros  asuntos durante todo este tiempo. Ya no  habrá otra oportunidad. Buen viaje, Pepe. Un abrazo, Claudio.





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