Ayer nos cruzamos Argentina de Sur a Norte. Entre vuelos y espera en aeropuertos fueron doce horas. Casi tantas tenemos para regresar a España. Argentina es, por extensión el octavo país del mundo. Aquí las distancias tampoco fueron creadas para la zancada humana.
Nuestro hotel está en Puerto Iguazú, pero metido en la selva. El amanecer, a ritmo del canto de las urracas, nos ha revelado el verde profundo.
Un autobús nos ha llevado hasta las ruinas de la misión jesuítica guaraní de San Ignacio Miní, que data del siglo XVII y es una de las reducciones mejor conservadas de América del Sur.
Una joven guaraní me ha ofrecido una planta de orquídea a la entrada. Era muy tímida, quizá no tenía más de dieciséis años y acarreaba su bebé. Hemos visto comunidades de guaraníes a lo largo de la carretera. Sus casas de madera metidas en la selva. Los niños jugaban al lado de la carretera.
Un misionero jesuita nos acompaña a lo largo del recorrido y nos va indicando las estancias de lo que fue una gran reducción, pues así eran llamadas las misiones.
Los guaraníes se ubican geográficamente en Paraguay, donde además del español, la lengua oficial es el guaraní; noreste y noroeste de Argentina, sur y suroeste de Brasil y sureste de Bolivia; también en algunas zonas de Uruguay.
Los jesuitas fundaron las misiones guaraníes a partir del siglo XVII. Estas reducciones, que eran como pueblos con cabildo, tenían varios objetivos. El primero sería el de convertir a los nativos al cristianismo, también contribuían a pacificar las áreas con fines coloniales. Mezclaban religión, política y economía. Además, delimitaban fronteras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario