Hace muchos, muchos años, en otra vida, llegó una noche a casa Rafa Gálvez y me dijo: La primera semana de septiembre nos vamos a Brasil. ¿Y eso? Le he comprado una bañera de hidromasaje a Paco Campos y me ha regalado un viaje para dos personas a Río de Janeiro.
Paco y Estrella se casaron antes de cumplir los veinte años. El tío de la novia tenía tiendas de venta de azulejos, accesorios de cuartos de baño y cocinas, por toda la comarca del Horta Sud. Como regalo de bodas, les dio la tienda de Alfafar. Y allí los conocimos cuando nosotros andábamos reformando el piso de doscientos veinte metros cuadrados que me habían regalado mis padres para casarme. En realidad eran dos pisos unidos, toda una planta, frente a la plaza de Sedaví.
Con el tiempo y el trabajo, Paco adquirió terrenos en el nuevo polígono industrial de Sedaví y allí montó una gran exposición y almacén.
¿El viaje a Brasil? En realidad, se trataba de un incentivo que una de las marcas proveedores de Azulejos Campos le había regalado a Paco. Tenía seis billetes: dos para ellos, dos para uno de sus representantes y había decidido que otros dos serían para un buen cliente, cuando apareció Gálvez por su exposición.
El grupo que formaba el viaje estaba compuesto por gente del sector con sus parejas. Los únicos clientes del azulejo y de la bañera de burbujas, nosotros. Recuerdo la imagen desde el Corcovado de la bahía de Río, llena de pequeñas islas y el chiste que nos contaron. Dicen los de Sao Paulo que el Cristo del Corcovado tiene los brazos abiertos porque está esperando que los cariocas se pongan a trabajar para aplaudir.
Recuerdo el Pan de Azúcar, las playas de Ipanema iluminadas por la noche y llenas de jóvenes jugando al futbol. Pero también recuerdo los niños con pozalitos por las terrazas para que los comensales les vertieran las sobras de sus platos.
Por aquel entonces, finales de los ochenta, en Brasil existía, como ahora he podido comprobar en Cuba y Argentina, un doble cambio. El oficial y el negro, que en este país se llama blue. Pues bien, la primera noche de nuestra llegada al hotel Meridien de Copacabana, preguntamos a la entrada si podíamos cambiar en negro, mucho más ventajoso para nosotros, los turistas. Un par de hombres, trajeteados, nos metieron en un coche y Estrella entró en pánico. ¡Nos van a secuestrar! ¡Nos van a matar! A la mujer
de Paco, y también a Paco, le habían metido tantas historias en la cabeza sobre la inseguridad de aquel país, que iban asustados por la calle, sobre todo al anochecer.
Uno de los días anteriores a nuestra partida, había una excursión opcional a las cataratas de Iguazú, situadas a tres horas de avión de donde nos encontrábamos. Gálvez y yo preferimos quedarnos en Río y dedicar el día a pasear y a estar solos.
La noche antes a Iguazú, nos llevaron a una sala de fiestas llamada ¡Oba!¡Oba! Esta es la expresión que utilizan los hombres cuando ven una muchacha hermosa, una garota.
Paco pensaba que los sacarían al escenario con las bailarinas, como solían hacer en otros viajes y, como era muy tímido, antes de salir del hotel, ya se empezó a entonar con un par de caipirinhas.
El consumo de alcohol fue in crescendo y cuando llegamos al espectáculo a Campos ya se le había pasado toda la timidez.
Las mujeres más exóticas que he visto en mi vida, subieron aquella noche al escenario: una negra azulona con las facciones de una japonesa, una cabocla, es decir mezcla de raza indígena con negra. Brasil es el país del mestizaje.
Al final, a Paco no lo subieron al escenario, pero ya andaba muy tocado del ala. De regreso al hotel, él y varios más, en las mismas circunstancias, cogieron un taxi y se marcharon a un club de chicas, ante el cabreo de las respectivas, incluída Estrella. Nosotros y algunos más, le habíamos dado dinero para que nos trajeran cosillas de Iguazú: Rolex falsificados, polos, baratijas. No supimos de ellos hasta la noche siguiente a la hora de la cena de despedida.
Estrella llegó a la mesa en la que estábamos sentados con un cabreo de tres pares, la seguía Paco con cara de cordero degollado. La muchacha pasó a relatarnos lo sucedido: Sobre las cuatro de la mañana llamaron a la puerta de la habitación. Yo no había pegado ojo en toda la noche. Abrí y me encontré con dos guardias de seguridad que a duras penas sostenían a Paco. No recordaba ni su nombre. Conforme pude, vestido y con zapatos, lo metí en la bañera y abrí la ducha mientras le gritaba:"¿Tú eres un hombre?" ¡Tú, lo que eres, es una mierda!".
Al cabo de una hora empezó a reaccionar, se cambió y nos bajamos al hall donde ya estaban casi todos para irnos al aeropuerto. En el avión, yo me dormí enseguida. Paco, a mi lado, según me han contado, empezó a vomitar y a ahogarse. Le tuvieron que dar oxígeno, mientras yo, agotada por la noche pasada y los nervios, roncaba a su lado, sin enterarme de nada.
A todo esto, volvió sin un escudo. No recuerda si lo atracaron o invitó a champagne a todas las mulatas que encontró a su paso.
A su lado, Paco asentía, modosito y callado, mientras el resto de comensales nos partíamos de la risa. Paco, le pregunté en un momento dado, ¿cómo son las cataratas del Iguazú? Pues como van a ser, me contestó, como en las postales. ¡Ja, ja, ja! Todavía me río de vez en cuando de la respuesta que me dio y de la noche toledana que tuvo en la ciudad carioca.
El tiempo nos dispersó. Paco y Estrella se separaron hace muchos años. Gálvez y yo no hace tanto. Pero, cuando quiero recrearme en los buenos momentos vividos, siempre viene a mi memoria Paco Campos y su respuesta sobre las cataratas del Iguazú.
La cataratas de Iguazú no se parecen en nada a las postales, ni a la mejor fotografía con la mejor cámara reflex y el zoom más sofisticado. La emoción, el escalofrío que te produce ver el océano precipitarse en el abismo son indescriptibles.
Iguazú en guaraní significa agua grande y se encuentran situadas entre la provincia argentina de Misiones y el estado Brasileño de Paraná. Dos días hemos estado. Uno del lado argentino y otro del brasileño. Si tienen que escoger, háganlo del lado brasileño, la panorámica que ofrece es impagable.
Las cataratas del Iguazú están consideradas una de las siete maravillas naturales del mundo. Están formadas por doscientos setenta y cinco saltos, el ochenta por ciento del lado argentino. La Garganta del Diablo es el más alto, ochenta metros, y el más espectacular. Están totalmente insertadas en áreas protegidas. Fueron descubiertas por Álvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542, mientras realizaba una travesía desde el océano Atlántico hasta Asunción en Paraguay.
Es indescriptible la sensación, las emociones y la carga de energía positiva que Paco se perdió. Salimos embobados, turbados, silenciosos, emocionados, al fin y al cabo.
Y para aterrizar otra vez en el suelo, nada mejor que una parrillada argentina, acompañada de una malbec de Cafayate.
Salve y ustedes lo disfruten desde lejos.
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