jueves, 21 de noviembre de 2019

5+9 = 14






                                                                      Si uno vive lo suficiente, todos los círculos
                                                                      se cierran.

                                                                                      Largo pétalo de mar
                                                                                           Isabel Allende




Hoy es el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Hoy, veintidos de noviembre, cumplo cincuenta y nueve años. Esta decena se acaba. La inicié matriculándome en la Facultad de Filología, la termino, trabajando en la enseñanza. Una decena intensa. Aquella noche, de la fiesta sorpresa que me organizó en La Matandeta, Helena, mi hija, poco podía imaginar la de cosas que estaban por llegar. Repito, una decena intensa. Pero, ¿cuál no lo es? Quizás la mayor de todas, la primera. Hay en ella tanto que aprender como ser humano. Física y mentalmente.
Pero cinco y nueve suman catorce. A los catorce años, tenía las ideas muy claras: Nunca me casaría, estudiaría toda mi vida, viajaría  por todo el mundo para conocer el mayor número posible de lugares y de personas. Y escribiría. Hoy, a los cincuenta  y nueve afirmo que nunca me casaré, que estudiaré mientras viva, que intentaré conocer el mayor número posible de lugares y de personas. Y que escribiré. El mío, ha sido un círculo muy amplio. Podía haber andado en línea recta, puesto que lo tenía  todo  al  alcance de  la mano y, sin embargo no lo hice. Un círculo muy vasto que, tengo la sensación, de estar cerrando.
Pasado el duelo de los últimos acontecimientos en  mi vida, tengo  la certeza de  que todo  irá  bien, aunque nunca nada volverá  a ser lo mismo.
Psicológicamente, empiezo  a encontrar serenidad y espero que no me vuelva a atacar la tristeza. Por mi propio bien y el del círculo más cercano y más íntimo de mis amigos. Estoy contenta e ilusionada con un nuevo  proyecto  del que muy pronto les hablaré.
Mientras tanto, doy mis clases, camino mucho. Las caminatas producen  en mí el mismo efecto que la  meditación. Me  reequilibran. Hace poco un amigo me  preguntó si no me daba miedo desnudarme emocionalmente como lo hacía a través de  lo que escribo. No, todo lo contrario. Lo que me produce pánico es no saber controlar mis emociones. La  escritura me ayuda a  ello. Al mismo tiempo y aunque, como me ha ensañado mi amigo Paco Baixauli, la experiencia es intransferible, pienso que quizás lo que he vivido y cuento sirva a otras personas. Que quizás consiga con ello hacerlas sentir menos solas.
Hay días buenos y otros menos buenos, pero me he dado cuenta que  los días que veo amanecer son francamente mejores.
Por eso, para  celebrar el día de mi cumpleaños, aquí  les traigo un regalo. Un nuevo amanecer.
Salve y ustedes lo  pasen  bien. 




miércoles, 20 de noviembre de 2019

EL CIRCO

Me quedé el fin de semana en Vinaròs. Tengo ciento seis estudiantes y muchos exámenes y trabajos que corregir. Por la tarde, cansada de darle al rojo, salgo a pasear con el propósito de acercarme al circo que han instalado en la plaza de toros. Pero antes busco a Miguelito que anda repartiendo sardinas a los gatos que transitan cerca de la casamata que hay en lo alto del  mirador de  El Clot. Las sardinillas se las trajo su hermano ayer, el hermano que trabaja en el mar, me especifica. 
Lo invito a acompañarme a la sesión de circo y me la  rechaza con un punto de tristeza. No puedo, me dice, me pondría nostálgico y te daría la sesión. Mejor que no vaya. Cae la tarde y se encienden las luces del espigón, la luz verde del faro.


Así que a falta de  otra compañia, me voy con la niña que sigue habitando en mi interior. Para mí, el circo es la infancia y el día de Navidad. Todo un ritual. Por la mañana, feria, puchero a mediodía  en casa de la iaia, por la tarde, sesión de circo. Para mí, el circo es Burt Lancaster arriba del trapecio en El mayor espectáculo del mundo. Para  mí, el circo es Pinito del Oro, la  canaria que inmortalizó el trapecio español. Para mí, el circo es felicidad.



El Circo Raluy Legacy, no es solamente un circo,  sino también un museo de carromatos antiguos que fundara el padre de Lluís Raluy Tomás, éste último, nacido en 1942 en Sant Adrià del Besós, aparte de payaso de cara blanca, es matemático y escritor.


A los diecinueve años, emprendió una gira de dos años y medio, junto a su familia, que los trasladó a países como Uganda, Kenya, Tanganika, Madagascar, Macao, Singapur... Lugares con nombres fantásticos. La afición por las matemáticas ha llevado a Lluís Raluy, payaso de cara blanca, a escribir tres libros sobre esta materia: Visión matemática del espacio y el tiempo, Ámbito de los números primos, su estructura y distribución, conjetura de Goldbach. Pero también ha publicado El secret dels miratges y El circ dels saltimbanquis. 
¿Un matemático que hace payasadas? ¿O un payaso que hace cálculos matemáticos?


Me compro una entrada de platea, que por algo he sacado a la niña que siempre va conmigo, me siento en primera fila. Y aplaudo a rabiar cada número. A mi lado, Mireia, con su hija Alice y su marido. Empieza el espectáculo que durará dos horas. Se me hacen cortas. El circo está casi lleno.





A las nueve y media de la noche, salen todos los artistas a saludar y despedirse. He disfrutado de lo lindo. Si la infancia es la única patria que tenemos, el circo, para mí, es su territorio natural.
Si se cruzan alguna vez con este circo-museo, no lo duden. Saquen al niño que todos llevamos dentro y cómprenle una entrada, a poder ser de platea. No lo lamentarán.






martes, 19 de noviembre de 2019

LA VISERA






                                                                      Todo lo que escribimos, en parte son relatos de 
                                                                      desconocidos. En parte porque el que  escribe 
                                                                      es un desconocido para sí mismo y en parte 
                                                                      porque escribimos para conocer o para cono-
                                                                      cerlo. Para conocernos.


                                                                                             Campos de Flandes
                                                                                        José Luis de Juan


Dejé olvidados una visera y un libro en  Lalola Café, la terraza que abre  todo el año, frente a la playa de El Clot, donde muchos días veo amanecer. A esas horas, un hombre pequeño, que  vive muy cerca, la barre y recoge los restos olvidados de una madrugada alcóholica que acaban de cerrar algunos jóvenes. Se llama Miguelito, lo sé porque vive en frente de la misma playa y  muchas tardes lo encuentro allí sentado, saludando y saludado por los paseantes: Hasta luego, Miguelito. Qué tarde tan magnífica, Miguelito.
Le conté a Miguelito el extravío de mi visera y me aseguró que preguntaría  por ella.
Al cabo de un mes, coincidímos una tarde en la playa. El, sentado en  el murete de contención de la playa, yo, paseando. Ah, tú eras la de la visera! Me saludó. Espera un momento, la tenía la camarera. Y cruzó la calzada, todo lo rápido que su pequeño cuerpo le permitía. De regreso, me trajo mi visera, con la que cubro mi rostro de los rayos del sol cuando salgo a caminar.
Le dí las gracias y nos sentamos a charlar un poco. Hacía días que había recuperado mi libro, Le pain nu, de Mohamed Choukri, en Lalola.
Miguelito me preguntó si era de fuera. Sí, de Sedaví. Ah! Sedaví, sí. Yo he estado trabajando ahí. Con la banda de El Empastre. 


La banda de El Empastre, de Catarroja, cuántos recuerdos para mí. Las fiestas de Sedaví. Las charlotadas. Hoy actúa la banda de El Empastre. Y Miguelito prosigue su cháchara sin necesidad de que yo le pregunte nada. Actué muchos años, en muchos circos, muchas plazas de toros. Recorrí España  con mis compañeros. Qué tiempos. Estuve también en  América. Solamente un mes, porque no me gustó. Demasiada pobreza. Somos nueve hermanos, pero solo yo soy pequeño. Mi padre murió el año pasado, vivo con mi madre y uno de mis hermanos, el que va al mar. Limpio la terraza de  Lalola, antes también las escaleras de estos dos edificios de  apartamentos, ahora ya no. Los lleva una inmobiliaria y se los dieron a una  contrata de  limpieza. No tengo miedo a morirme, pero sí a hacerme viejo. He visto cómo tratan a algunos viejos. Pero qué tiempos los de los Enanos Toreros, cómo los echo de menos. Había más de  sesenta espectáculos en  toda España. No parábamos de trabajar. Ya  no queda ni uno. En Valencia, tengo a mi amigo del alma, en la avenida del Puerto, Albertito. Cómo lo quiero.



Albertito? Pero si a Albertito lo conozco yo. Coincidimos un par de años en el gimnasio de la Avenida del Puerto. Le hice una entrevista para  Diario 16, donde yo publicaba una sección  a doble página llamada Contracorriente. Tenía miedo de que por la entrevista se enteraran de su vida en el mundo del espectáculo y le quitaran la pensión. Por supuesto que no pasó nada.
Le prometo a Miguelito que la buscaré cuando vaya a La Matandeta y se la traeré.
Miguelito sigue desgranando recuerdos de su vida grande  en un cuerpo pequeño. Cae la tarde, se encienden las luces de la terraza de La  Lola Café y el sol empieza a desaparecer por las estribaciones del Maestrat.


sábado, 2 de noviembre de 2019

UN CURSO JUNTO AL MAR




                                                                                 Uno escribe para descubrir qué es lo que quiere                                                                                      decir.

                                                                                                      J.M. Coetzee.


El curso anterior, hubiera dado lo que fuera porque me enviaran a trabajar a un instituto ubicado en un lugar de costa, junto al mar. Me daba igual Castellón que Alicante, Oropesa, que Alfaz del Pí. Se trataba de acabar de pasar mi duelo a solas, en  donde no me conocieran, donde a nadie le importara qué me ocurría, de dónde venía o hacia dónde pensaba dirigir mis días. Lo peor del duelo son los rebrotes de tristeza que aparecen de repente, de forma descontrolada.
Me tocó Requena, el último lugar, entre ciento cincuenta que había señalado. Hace mucho frío entre viñedos. Hay un microclima de inviernos duros. Pero a todo se habitúa una, cuando las ganas son fuertes. Requena vende paisaje. Y te convence. La senda del telégrafo, el pico del Tejo. Los alumnos, los compañeros. Al final de curso... Quiero repetir en Requena. Y va y  me envían junto al mar.




A veces, tengo la sensación de que hay alguien moviendo los hilos de mi vida, quien decide cuándo es el momento oportuno para cada suceso, cuándo cruzarán mi espacio, otras vidas, qué papel tendrán en mi historia y cómo influiré yo en la suya.
En Vinaròs, tengo un apartamento a tres minutos de la playa de El Clot. Cuando me despierto lo primero que veo es el mar. Y solo por eso, ya me siento afortunada. Reparto amaneceres entre mis amigos. Y el Mediterráneo despierta a personas que conozco en Milán, Roma, Ufa, Dublin, Marrakech,  Requena, la Vall d'Albaida o el barrio de Russafa.
En el IES Leopoldo Querol, somos casi cien profesores y cerca de mil alumnos. Todo el mundo habla en valenciano, incluidos los Ahmed, Yassim, Bogdan, Polina, Nadia, Sabrina, Sabah, Jawa... Y cuando les preguntas de dónde son, te responden con cara de perplejidad... Pues, d'on vaig a ser? De Vinaròs! Entonces reformulo, d'on van vindre els teus pares, els teus avis? Ah, bé, eixa és una altra qüestió. D'Argèlia, de Paquistà, del Marroc, de Moldavia, de Guinea Konacri...
Vinaròs, por el norte, es el último pueblo de la Comunidad Valenciana antes de entrar en Cataluña.
Una preciosa ciudad que vive de cara al mar, su mayor referente. La gente es amable y bondadosa, como ya  me anunciara mi amiga Yolanda Martínez que estuvo aquí hace dos cursos.
Pasado el período de adaptación, estoy contenta. Voy y vengo andando, doy largos paseos, preparo mis clases, descubro a los alumnos y a mis colegas, entre los que se encuentran varios escritores. Tengo tiempo para leer y vuelvo a escribir. Y en el paseo de la playa, enfrente de la plaza de toros, he conocido a Miguelito.
Salve y ustedes lo pasen bien.