Hemos llegado al hotel Centuria de la calle Suipacha con un hambre canina y nos hemos abalanzado sobre el buffet del desayuno. A cuatro de la madrugada nos habíamos levantado para llegar con tiempo al aeropuerto de Iguazú. Estamos de vuelta a la ciudad porteña y Lorena impaciente por seguir siendo nuestra cicerone. Nos espera en el café El Molino, un establecimiento histórico en el que se conocieron sus padres, al lado del parlamento. Pero el café está cerrado por reformas.
Hay mujeres manifestándose contra la violencia de género. El movimiento se llama Las mariposas, vendedores de bocadillos, concurso de pintura y una mañana radiante de plena primavera.
A Buenos Aires lo llaman el Paris de América Latina. Por tener, tiene hasta una copia, sacada del mismo molde original y firma de August Rodin, de El pensador, la celebre estatua que se encuentra en el Museo Rodin de Paris, que fue traída por el primer director del Museo de Bellas Artes de esta ciudad.
Lorena nos ha preparado una visita a un barrio muy porteño: Boedo, el suyo. Hay que coger el sub, el colectivo, pero nos dejamos llevar, seguros de que habrá elegido bien.
Nos lleva a comer a una cantina italiana, fundada por sorrentinos. Ahora la lleva la tercera generación. Comemos rabas, albóndigas, suquet de marisco y una enorme copa de tiramisú que compartimos los cuatro.
Por la tarde, nuestra amiga nos conduce hasta la Esquina Homero Manzi, un local creado por este periodista, director de cine, político y autor de milongas tan conocidos como Malena (Malena canta el tangocomo ninguna/ Y en cada verso pone su corazón/ A yuyo del suburbio su voz perfuma/ Malena tiene pena de bandoneón). Un lugar cargado de historia tanguera en el que pasamos la tarde escuchando tangos,
viéndolos bailar y deleitándonos con cafés aromáticos. Podríamos hacer más, pero estamos reventados. Y nos vamos a dormir temprano.
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