Decía Jorge Luis Borges que los argentinos descienden de los barcos. La frase me la recuerda Amparo López Ciruelos, que a los veinticuatro años se vino a trabajar a la embajada española en Buenos Aires. En su juventud vivió aquí cinco intensos años. Recuerdo que la secretaria del conseller de Administración Pública primero y de Medio Ambiente después, cuando se enfadaba con su marido o tenía un día depre soltaba siempre la siguiente frase: ¡Yo no tenía que haber vuelto de Argentina! Ahora, Amparo está apunto de ser abuela por primera vez, y además de gemelos, de su única hija, Andrea y habrá comprendido que en la vida, a una etapa, le sigue otra y que ella fue muy afortunada con la suya de juventud en esta ciudad fascinante.
Si, los argentinos descienden de los barcos que trajeron a vascos, italianos, árabes, chinos, gallegos y armenios, entre otros. Como los abuelos de Silvia Lorena Boyadjian Nacer, que por parte de padre eran armenios, huidos de la masacre de los turcos y, por parte de madre siriolibanés y española.
A Lorena la conoció nuestra amiga Julia Nogales en Florencia, se la afilloló y la invitó a España. Después Julia vino a Argentina. Y gracias a esas sincronicidades ahora somos nosotros los que nos dejamos llevar por sus buenas maneras de cicerone. Lorena es trabajadora social, empleada para la municipalidad de la ciudad. Labora en estos momentos sobre todo con adultos, pero se ha tomado un permiso para acompañarnos en nuestra estancia porteña. Todo cambia de perspectiva cuando un autóctono te abre las puertas de su lugar.
Esta mañana, soleada y primaveral, vamos a visitar Puerto Madero, una zona ganada al Río de la Plata, llena de edificios modernos, donde la torre del Hotel Hilton, marcó una nueva estética y donde se encuentra la zona ecológica Costanera Sur, incluida en la Declaración Ramsar de Humedales.
Esta es la torre del Hilton, con más de cuatrocientas habitaciones y a que no saben de quién es el puente de la Mujer, vamos hagan apuestas.
Si, lo han adivinado. De Santiago Calatrava. Su primera obra en Sudamérica. El puente, donado por un particular, simboliza una pareja bailando el tango. Bueno, hay que tener mucha imaginación para verlo, supongo.
Al lado del río hay una especie de paseo de la fama, con esculturas de personajes argentinos. En mi caso, me ven junto a la del corredor de coches, Fangio, del que siempre hablaba mi padre.
El paseo está cuajado de tenderetes donde degustar el choripan, los asados, las empanadas. Hay restaurantes de lujo en esta zona, y se conservan los antiguos muelles. Todo limpio, pulcro y ordenado como la zona pija bonaerense que es. Pero nosotros, nos vamos a comer a la Recoleta. No sin antes tomarnos la tensión porque con tanto asado, el colesterol debe estar por las nubes.
Salve y ustedes lo pasen bien.
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