Edward Norton padece de síndrome de Tourette en Los chicos de Brooklyn y trabaja con un investigador, Bruce Willis, quien le ha enseñado a sacar provecho de su debilidad. Pero a su mentor lo acaban de asesinar unos matones y justo cuando nuestro protagonista empieza a averiguar las causas, el capitán de la tripulación ha dicho que en breves instantes aterrizaremos en el aeropuerto de Ezeiza, uno de los tres con que cuenta la ciudad de Buenos Aires. La temperatura es de un grado.
Las trece horas de vuelo desde Madrid no se han hecho muy largas, gracias a que he conseguido dormir algún rato y había buenas películas (Hoover, de Clint Eastwood). Pero mucho menos que mis compañeros de viaje: José Vicente Carretero y la inefable prima Pepa Baixauli.
Aquí nos ven, horas después, comiendo en el Mercado de San Telmo el primer ojo de bife que probaremos. Pero antes, ha habido que guardar cola durante más de una hora para enseñar el pasaporte en la aduana, esperar el chófer que nunca apareció y comprobar que en el hemisferio sur apenas ha llegado la primavera. No sé fíen de la ropa de mi prima, ella siempre está acalorada.
Después del clima tropical de La Habana, comprobar que realmente las temperaturas eran altas este verano en Valencia y en mi jardín algunas plantas estaban fenecidas, así como de recibir la sorpresa que me vaticinó Irela Rojas, este septiembre vamos a conocer otra manera de bailar el tango y también de cantarlo.
Si les apetece, acompáñennos. Septiembre suele ser un mes duro puesto que debemos volver a nuestras rutinas, aunque yo no, porque he decidido, de momento, no recibir noticias de Mary Poppins y pasármelo en Argentina. Ustedes ya me entienden.
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