miércoles, 29 de agosto de 2018

DECIMOSÉPTIMO DIA: EL BURDEL DE LA CALLE AVINYÓ

El Museo de Arte Moderno de Nueva York está muy cerca del Rockefeller Center y a dos pasos de  la Quinta Avenida. No es un museo muy grande, pero  me ha  sorprendido con algunas de sus obras.
La primera sorpresa ha venido de Picasso. El famoso cuadro Les demoiselles d'Avignon, cuadro con que se inicia el cubismo y el arte moderno, se encuentra en una de estas  salas. Me he llevado un flash. No sé por qué, siempre pensé que se trataba de un cuadro de pequeñas dimensiones. Todo lo contrario, mide dos metros cuarenta y tres centímetros de largo, por dos metros treinta y tres centímetros de ancho. Picasso tardaba mucho en dar título a sus cuadros, a veces hasta dos años.  Apollinaire lo bautizó como El burdel filosófico y fue otro amigo del pintor, André Salomón, quien lo tituló Les demoiselles de  la  calle Avignó, que era  una calle de Barcelona  llena de  burdeles. Salvo estos amigos, nadie conocía la existencia de esa calle, así que empezó a confundirse con la ciudad francesa de Avignon y así ha llegado hasta nuestros días.



Es uno de los cuadros más visitados. También me han gustado mucho La última cena  de Andy Warhol, Starry night de Van Gogh, un Basquiat que tienen y los Nenúfares de Giveny de Monet. Y cómo no, Pollock.Aquí les dejo una  muestra gráfica de la mañana.













No sé lo que me ocurre, pero a mí la pintura  siempre me abre el apetitito. Cuantas más horas paso viendo cuadros, más hambre tengo. Me he dirigido en autobús desde la Quinta Avenida hasta la calle treinta y dos. He comido en un coreano. Yo me equivocaré de parada de metro, pero para las cuestiones  de condumio, tengo como un sexto sentido. Nunca  fallo. Será por haber pasado tantas horas entre restauradores y gastrónomos. He comido toda la carne que he querido y sus acompañantes por veinte dólares. Y a fé mía que  estaba bueno.



He caminado arriba y abajo de la Quinta Avenida, pero el calor me ha vencido y he regresado en metro a Sterling Street. En la terracita del landmark estaba sentado leyendo el inefable australiano que me ha invitado a acompañarle. Fumaba en pipa un  tabaco realmente oloroso y ahora si que  parecía un escritor de manual. Me ha  invitado esta tarde  noche a catar en su habitación un tinto de Barrosa Valley. No le he  respondido. Qué lástima, solo traje ropa interior de algodón.
Mañana tengo una cita  en Greenwich Village.

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