Durante mi adolescencia, esa fue la frase favorita de mi madre. ¿Qué se te habrá perdido en esa manifestación? ¿Qué se te habrá perdido en el cine-club con esos chicos?¿Qué se te habrá perdido en ese viaje?¿No podrías ser como...?No podría ser como, porque entonces no sería yo.
Anoche me acosté nada más llegar. Sobre las seis de la tarde. Estaba lloviendo a cántaros y yo me había despertado a las tres de la madrugada, hora española. Hoy he amacecido a las cinco de la madrugada, hora neoyorkina. A las siete ya estaba pateando las calles de Brooklyn. He ido desde Sterling hasta el puente andando y desde alli a la Zona Cero. Apenas he hablado con nadie, salvo para preguntar el camino hacia el puente y el de regreso. Son las tres de la tarde aquí, pero yo siento como si viviera en las nueve de la noche. Esto sí que van a ser muchos días sola. Como no hable con la eterna adolescente Quésetehabráperdido pocos diálogos voy a tener.
El punte de Brooklyn fue inaugurado en 1883, una obra maestra por aquel entonces de la ingeniería humana.
Pero pienso en el poema El puente de Hart Crane, que constituye el último gran intento en la literatura norteamericana de construir el mito de la tierra prometida. También Maiakovski y Jack Kerouac han cantado al puente. Lorca, que conoció a Crane durante su estancia en Nueva York, lo hizo con menor hipérbole, aunque no menor viveza en Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge de Poeta en Nueva York) Aquel muchacho que llora/porque no sabe la invención del puente/ 0 aquel muerto que ya no tiene/más que la cabeza de un zapato/ hay que llevarlos al muro/ donde iguanas y sierpes los esperan.
La noche del 26 de abril de 1932, Hart Crane recibe una paliza a bordo del Orizaba, el vapor en el que volvía a los Estados Unidos, después de un año de estancia en México, por haber intentado aproximarse a uno de los marineros. Convencido de que la felicidad, que tan ansiosamente había buscado en los urinarios públicos de Nueva York, le estaba vedada a los homosexuales, se despidió de los pasajeros, se quitó la chaqueta, la dejó cuidadosamente doblada en el suelo y se arrojó a las aguas del Golfo de México.
Su temprana muerte, según algunos críticos, privó a los Estados Unidos de su último poeta moderno.
Lo que me ha costado volver a la casa, en el 236, Sterling Street. Varios a los que he preguntado, me han enviado a Sterling Place, hasta que una mujer que entraba en su casa situada allí y que hablaba perfectamente español, me ha sacado del apuro.
He cruzado por la biblioteca de Brooklyn bajo un sol de justicia. Y por Empire Avenue enseguida lo he encontrado.
En la casa no había nadie, salvo el australiano que se preparaba unos huevos revueltos y me ha invitado. Yo traía un aguacate de medio kilo y con él y una cebolla roja, he improvisado una ensalada.
Le he dicho que mañana quiero ir al Metropolitan. Solo son las cinco, pero para mí como si fueran las once. A leer y a dormir. Mañana ya lo llevaré mejor.
Anoche me acosté nada más llegar. Sobre las seis de la tarde. Estaba lloviendo a cántaros y yo me había despertado a las tres de la madrugada, hora española. Hoy he amacecido a las cinco de la madrugada, hora neoyorkina. A las siete ya estaba pateando las calles de Brooklyn. He ido desde Sterling hasta el puente andando y desde alli a la Zona Cero. Apenas he hablado con nadie, salvo para preguntar el camino hacia el puente y el de regreso. Son las tres de la tarde aquí, pero yo siento como si viviera en las nueve de la noche. Esto sí que van a ser muchos días sola. Como no hable con la eterna adolescente Quésetehabráperdido pocos diálogos voy a tener.
El punte de Brooklyn fue inaugurado en 1883, una obra maestra por aquel entonces de la ingeniería humana.
Pero pienso en el poema El puente de Hart Crane, que constituye el último gran intento en la literatura norteamericana de construir el mito de la tierra prometida. También Maiakovski y Jack Kerouac han cantado al puente. Lorca, que conoció a Crane durante su estancia en Nueva York, lo hizo con menor hipérbole, aunque no menor viveza en Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge de Poeta en Nueva York) Aquel muchacho que llora/porque no sabe la invención del puente/ 0 aquel muerto que ya no tiene/más que la cabeza de un zapato/ hay que llevarlos al muro/ donde iguanas y sierpes los esperan.
La noche del 26 de abril de 1932, Hart Crane recibe una paliza a bordo del Orizaba, el vapor en el que volvía a los Estados Unidos, después de un año de estancia en México, por haber intentado aproximarse a uno de los marineros. Convencido de que la felicidad, que tan ansiosamente había buscado en los urinarios públicos de Nueva York, le estaba vedada a los homosexuales, se despidió de los pasajeros, se quitó la chaqueta, la dejó cuidadosamente doblada en el suelo y se arrojó a las aguas del Golfo de México.
Su temprana muerte, según algunos críticos, privó a los Estados Unidos de su último poeta moderno.
Lo que me ha costado volver a la casa, en el 236, Sterling Street. Varios a los que he preguntado, me han enviado a Sterling Place, hasta que una mujer que entraba en su casa situada allí y que hablaba perfectamente español, me ha sacado del apuro.
He cruzado por la biblioteca de Brooklyn bajo un sol de justicia. Y por Empire Avenue enseguida lo he encontrado.
En la casa no había nadie, salvo el australiano que se preparaba unos huevos revueltos y me ha invitado. Yo traía un aguacate de medio kilo y con él y una cebolla roja, he improvisado una ensalada.
Le he dicho que mañana quiero ir al Metropolitan. Solo son las cinco, pero para mí como si fueran las once. A leer y a dormir. Mañana ya lo llevaré mejor.
Tú como Machado, dialogo con el hombre que siempre va conmigo, tienes tu propia música interna.
ResponderEliminarLas distintas M. Dolores que te habitan responden y cuestionan al hilo de tu pensamiento, y alguna de ellas, estoy segura, te sigue sorprendiendo.
Nada se te ha perdido en Brooklyn pero tú has ido a perderte en Brooklyn para encontrarte.