La noche de ayer, todavía nos trajo un regalo. De vuelta a Littleton, por la carretera nos encontramos un reno hembra con su bebé al lado. Iban tan tranquilos delante de nosotros y ni siquiera se salieron del arcén cuando nos vieron. No tengo la foto, demasiada oscuridad. El emblema de New Hampshire es el reno y el lema: Live free or die. Claro, sin pagar impuestos, así cualquiera. Esta mañana he bajado a las siete. En mi habitación no había Internet y no podía escribir. En seguida ha llegado al pequeño comedor Doménico. María ¿cómo has dormido? Muy bien, siempre se duerme bien cuando se bebe vino. Ellos irán a por su american breakfast y yo me quedaré escribiendo.
A las diez salimos de Littleton. Primero nos detenemos en el Franconia Notch State Park, y hacemos una pequeña excursión. Pero de ella y de mis reflexiones les hablaré mañana largo y tendido.
Después nos dirigimos a Grafton Country donde Stephen Serra, el vecino de Domenico, se ha comprado una casa.
Solo hay un problema con él, me comentan los dos al unísono. Que tiene unos perros muy estúpidos.¿Unos perros muy estúpidos? Yo pensaba que la estupidez solo concernía a la condición humana.
No, me replican. Hay animales que son muy estúpidos. Y los perros de Stephen lo son especialmente.
Mira si será estúpido el setter, añade Doménico, que al final de la correa no sabe encontrar su camino.
Y cómo se llaman los perros, les pregunto. Pues, como son estúpidos, solo se llaman perros. Y son tres. Ya me quedo yo muy intrigada con el tema de los perros de Stephen Serra, que se apellida así porque su abuelo era de la Luguria. Pero, chicos, si Serra precisamente es de mi tierra.
Por fin, llegamos al almacén de un pequeño lugar y desde allí llaman a Stephen que no responde, solo su contestador. Ellos no saben donde está la casa de Stephen. Al cabo de media hora contesta Stephen que no sé sabe qué está haciendo, pero todavía tardará veinte minutos.
Joe pregunta a los del store qué se puede hacer por allí mientras tanto, si hay alguna plaza o museo. Nada, le responden, aquí no hay nada. Solo este almacén y casas desperdigadas.
Como resulta que me mojé en el parque y voy calada de arriba abajo, pienso en cambiarme en casa de Stephen, pero Dominic me anuncia que allí no hay cuarto de baño. Cojo la maleta y voy a buscar un sitio donde hacerlo. Por fin lo encuentro, y cuando estoy desnuda de cintura para arriba, aparece entre los matorrales un granjero entrado en años. Me pregunta qué estoy haciendo y yo le respondo, pues no lo ve, caballero, cambiarme de ropa en mitad del campo. Se marcha por donde vino refunfuñando no sé si por la visión de mis tetas o por lo que le he contestado.
Stephen no tarda veinte minutos, si no una hora larga. Así que da tiempo para hablar de todo. Y a qué se dedica Stephen, pregunto. Al teatro, me responden. ¡Ah, es actor! Nooo! Monta los escenarios. Y estarán aquí los perros, indago. Seguro que sí. Pero, verás cómo son de estúpidos.
Por fin, llega Stephen. Con su pickup al completo. Compra cervezas, hielo y no sé cuántas explicaciones da de lo que estaba haciendo. Subimos con el coche de Joe unos cuantos kilómetros hasta que nos paramos. Allí cambiamos de sitio. Doménico y Joe se instalan en la parte de atrás, llena de trastos y yo delante con el muchacho.
Antes de partir, le pregunto a Dominic si en casa de Stephen habrá wifi y me susurra al oído, no le plantees esa cuestión o harás el ridículo.
Enfilamos por una senda que sería difícil hacerla andando, no digo yo con la pickup. Atrás se oye a Dominic gritando my ass, my ass, mi culo, mi culo. Y yo empiezo a reirme como si reir fuera lo último que tuviera que hacer en la vida. La pickup da unos saltos increíbles y detrás los chicos no saben dónde agarrarse.
Cuando llegamos, quince minutos más tarde, yo bajo doblada, con agujetas en la barriga de tanta risa.
Doménico y Joe parecen estar enteros y sanos. No es que la casa no tenga wifi. Es que no tiene agua, ni gas, ni luz, ni teléfono. Es una cabaña en medio de un bosque inmenso.
Este joven Thoreau se ha comprado un pequeño tesoro en la infinitud de los bosques, en donde a partir de septiembre se acercan los lobos, los puerco espines, los osos, los renos... Nos enseña el rifle para espantarlos, cuando llegue la ocasión. Le hago notar que su apellido es de origen valenciano y me comenta que en realidad es Serrano, pero él lo acortó. En la entrada de la cabaña tiene una foto de su abuelo, que sería de la Liguria, pero seguro que su tatarabuelo era español.
¿Y dónde duermes, Stephen? Cuelgo una hamaca. Stephen está con su cabaña como un niño con zapatos nuevos. ¿Y los perros? Se quedaron en Brandford con Paris, mi novia. ¡Vaya por Dios! Con la ilusión que me hacía analizar la estupidez en la condición canina.
Nos sentamos en el mirador a tomar cerveza y el espectáculo es el paisaje y su inmensidad. Este es un país de bosques y lagos. Stephen nos cuenta sus proyectos. El mirador lo ha construido él con sus propias manos. Tiene todavía mucho por hacer, pero es aquí donde se siente más libre.
Al cabo de un rato, Doménico y Joe ayudan a descargar la pickup que se ha traído llena de material y nos vamos.
Ahora, al menos, los chicos van cómodos. Otra vez bosque, pero hacia abajo. Recogemos nuestro coche y Stephen nos sigue acompañando unos cuantos kilómetros. Nos detenemos y bajamos a caminar por una pequeña senda. No podría ser un lugar más bonito. Está lleno de setas que no conocemos, algunas hojas marrones que presagian la nueva estación y de pronto... Un lago.
No se puede pedir a la naturaleza más belleza. Stephen nos cuenta que a veces viene a nadar. Y también a acampar antes de tener su cabaña. Aquí practican la acampada libre. Claro, si te atreves con los lobos...
Nos despedimos y nosotros seguimos viaje. Centenares de kilómetros entre bosques y lagos.
Por fin, llegamos al almacén de un pequeño lugar y desde allí llaman a Stephen que no responde, solo su contestador. Ellos no saben donde está la casa de Stephen. Al cabo de media hora contesta Stephen que no sé sabe qué está haciendo, pero todavía tardará veinte minutos.
Joe pregunta a los del store qué se puede hacer por allí mientras tanto, si hay alguna plaza o museo. Nada, le responden, aquí no hay nada. Solo este almacén y casas desperdigadas.
Como resulta que me mojé en el parque y voy calada de arriba abajo, pienso en cambiarme en casa de Stephen, pero Dominic me anuncia que allí no hay cuarto de baño. Cojo la maleta y voy a buscar un sitio donde hacerlo. Por fin lo encuentro, y cuando estoy desnuda de cintura para arriba, aparece entre los matorrales un granjero entrado en años. Me pregunta qué estoy haciendo y yo le respondo, pues no lo ve, caballero, cambiarme de ropa en mitad del campo. Se marcha por donde vino refunfuñando no sé si por la visión de mis tetas o por lo que le he contestado.
Stephen no tarda veinte minutos, si no una hora larga. Así que da tiempo para hablar de todo. Y a qué se dedica Stephen, pregunto. Al teatro, me responden. ¡Ah, es actor! Nooo! Monta los escenarios. Y estarán aquí los perros, indago. Seguro que sí. Pero, verás cómo son de estúpidos.
Por fin, llega Stephen. Con su pickup al completo. Compra cervezas, hielo y no sé cuántas explicaciones da de lo que estaba haciendo. Subimos con el coche de Joe unos cuantos kilómetros hasta que nos paramos. Allí cambiamos de sitio. Doménico y Joe se instalan en la parte de atrás, llena de trastos y yo delante con el muchacho.
Antes de partir, le pregunto a Dominic si en casa de Stephen habrá wifi y me susurra al oído, no le plantees esa cuestión o harás el ridículo.
Enfilamos por una senda que sería difícil hacerla andando, no digo yo con la pickup. Atrás se oye a Dominic gritando my ass, my ass, mi culo, mi culo. Y yo empiezo a reirme como si reir fuera lo último que tuviera que hacer en la vida. La pickup da unos saltos increíbles y detrás los chicos no saben dónde agarrarse.
Cuando llegamos, quince minutos más tarde, yo bajo doblada, con agujetas en la barriga de tanta risa.
Doménico y Joe parecen estar enteros y sanos. No es que la casa no tenga wifi. Es que no tiene agua, ni gas, ni luz, ni teléfono. Es una cabaña en medio de un bosque inmenso.
Este joven Thoreau se ha comprado un pequeño tesoro en la infinitud de los bosques, en donde a partir de septiembre se acercan los lobos, los puerco espines, los osos, los renos... Nos enseña el rifle para espantarlos, cuando llegue la ocasión. Le hago notar que su apellido es de origen valenciano y me comenta que en realidad es Serrano, pero él lo acortó. En la entrada de la cabaña tiene una foto de su abuelo, que sería de la Liguria, pero seguro que su tatarabuelo era español.
¿Y dónde duermes, Stephen? Cuelgo una hamaca. Stephen está con su cabaña como un niño con zapatos nuevos. ¿Y los perros? Se quedaron en Brandford con Paris, mi novia. ¡Vaya por Dios! Con la ilusión que me hacía analizar la estupidez en la condición canina.
Al cabo de un rato, Doménico y Joe ayudan a descargar la pickup que se ha traído llena de material y nos vamos.
Ahora, al menos, los chicos van cómodos. Otra vez bosque, pero hacia abajo. Recogemos nuestro coche y Stephen nos sigue acompañando unos cuantos kilómetros. Nos detenemos y bajamos a caminar por una pequeña senda. No podría ser un lugar más bonito. Está lleno de setas que no conocemos, algunas hojas marrones que presagian la nueva estación y de pronto... Un lago.
No se puede pedir a la naturaleza más belleza. Stephen nos cuenta que a veces viene a nadar. Y también a acampar antes de tener su cabaña. Aquí practican la acampada libre. Claro, si te atreves con los lobos...
Nos despedimos y nosotros seguimos viaje. Centenares de kilómetros entre bosques y lagos.
Que envidia!!!😉
ResponderEliminarAy que risa. Me rist un monto en aquest relat!!!!!. Adalais, la meua filla, me deia que liu llegira, de lo a gust que me estaba rient. Veig que teu estas passant molt be i amb bona companyia. Continua aixi. 😘
ResponderEliminarGràcies, Vicen. Besets als xiquets.
ResponderEliminarMolt bo Maria.. Besoss..
ResponderEliminarQuè envetja!!! Quant m'agradaria estar amb tu.
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