Aparece Miguel Ángel a las ocho de la tarde, todo sulfuroso y nos dice: ¿Dónde estábais? Llevo desde las seis al teléfono y no hay manera de que contestéis. Lis Cuesta, la mujer del presidente de la República Cubana, Miguel Diaz-Canel, nos invitaba a cenar en la residencia oficial y yo sin hacerme con vosotros.
¡Dioses del Olimpo!, ¡Madre del Amor Hermoso! El destino llama a mi puerta y yo en la playa. Hubiéramos conocido la casa en la que Fidel Castro vivió tantos años.
En fin, que nos fuimos a Playa Trebol en la guagua 40. Con el nasoboca, como sardinillas en lata, no como un palé de latas de sardinillas en aceite cántabras. Que el trayecto duró una hora y pudimos contemplar los alrededores de La Habana, verdes, muy verdes. Llenos de palmeras reales, de crotos, de jacarandas cuya flor aquí es de color naranja y no morada como las de Valencia, como las dos que tengo en La Matandeta.
En la playa, abarrotada, las palmeras llegaban hasta el mar y el agua del Caribe era azul turquesa, tal como si de un anuncio publicitario se tratara. La playa, como digo, estaba abarrotada. Tomamos sombrilla y hamaca, que nadie nos cobró, aunque su precio era de 100 pesos, es decir, un euro y nos sentamos justo al lado de dos señoras cubanas con tres niños. Dos de ellos de la edad de Manuel. La morena vive en Pamplona desde hace veintitres años y sabe hablar vasco, su hijo se llama Joseba. Lleva tres años sin salir de Cuba porque durante la pandemia, que pasó aquí, le detectaron un cáncer de mama y se lo está tratando.
Manuel ha disfrutado del día y ya tiene amigos en La Habana para quedar con ellos. Viven también en Habana Vieja enfrente del Capitolio.
Y yo sin responder a las llamadas de Miguel Ángel y dejando al destino que pase por mi lado sin rozarme.
Salve y ustedes los pasen bien.
Espero que os lo paséis increíble 😁
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