EL CALOR ES UNA PLAGA MALIGNA que lo invade todo. El calor cae como un manto de seda roja, ajustable y compacto, envolviendo los cuerpos, los árboles, las cosas, para inyectarles el veneno oscuro de la desesperación y la muerte más lenta y segura. Es un castigo sin apelaciones ni atenuantes , que parece dispuesto a devastar el universo visible, aunque su vórtice fatal debe haber caído sobre la ciudad hereje, sobre el barrio condenado.
Máscaras Leonardo Padura
El paisaje humano del Malecón de La Habana cambia a lo largo del día. Quizás sea la construcción más emblemática de esta ciudad. Se empezó a construir a principio del siglo XX y se finalizó en 1958. Casi ocho kilómetros de paseo marítimo y de una fauna humana que cambia a lo largo de las horas, aunque lo más permanente sean los pescadores. Allí mismo se puede comprar el producto de su pesca, si es que la llega a haber. Pageles, bonitos, agujas.
Al amanecer, los que salimos a trotar, a correr, a hacer ejercicio frente a un sol que asoma por el este de este paseo. Más tarde los jineteros empiezan la jornada a la pesca de los guiris despistados. Hoy es domingo. Unos padre fotografían a su adolescente hija. La bailarina da unos pasos clásicos sin miedo a la caída. Los pescadores siguen allí, como varados con sus cañas. Es domingo y el número ha crecido.
Es la segunda vez que hoy visito el Malecón, pero no será la última. Quiero ver cómo cambia su paisaje a lo largo del día. Además ahora tengo un objetivo: visitar las catedrales ortodoxas griega y rusa.
En el pequeño jardín dedicado a Teresa de Calcuta se encuentra esta pequeña iglesia ortodoxa griega. A unos cien metros de la catedral rusa. La Habana cuenta también con una mezquita y dos sinagogas.
Un sacerdote ortodoxo, nacido en Grecia y que habla español-cubano oficiará ante una sola ferigresa. Los domingos hay oficio aquí y en la rusa.
Hay que pasar por el convento de San Francisco de Asís, construido en el siglo XVII, dejar atrás el Hotel de los Armadores de Santander para encontrarnos con la catedral rusa.
Unas pocas mujeres con los cabellos vedados, acompañan el oficio. El sacerdote se despide y entra en el retablo. Vuelvo por el Malecón. El calor aprieta en toda La Habana. El calor es maligno como dice Padura, pero al menos, en el paseo se puede respirar con la ayuda siempre de la brisa suave.
Las postales del Malecón son preciosas. La retina se regala con las postales que contempla. Pero la mejor llegará por la tarde. Con los mismos pescadores o quienes los sustituyan. Con el hermoso crepúsculo del Malecón de La Habana.
Salve y ustedes lo pasen bien.
Describes de tal forma la ciudad, que parece q uni està allí.
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