Decía el escritor Paul Bowles que la diferencia entre el turista y el viajero estriba en que el primero conoce la fecha de su retorno, mientras que el segundo, no. Todos quisiéramos ser viajeros, pero no pasamos de ser unos aprendices del arte de viajar. Tarde o temprano, nos espera el regreso, la zona de confort en que se convierte nuestro lar, nuestro nido. Las paredes donde se ubica nuestro mundo conocido e íntimo. Pero antes de emprender el regreso, procedamos a celebrar la ceremonia del adiós con aquellos que han compartido con nosotros este paréntesis cubano y nos han dado una parte de su vida, a quienes dejamos una parte de la nuestra.
Ronaldo va todos los días al Malecón. Por las mañanas pesca y por las tardes-noches trabaja de guardia de seguridad en una discoteca de la Avenida 23. Le gusta su ciudad y le gusta pescar. Dice que es una afición a la que está enganchado, aunque algunos días los jureles, agujas y bonitos se le resistan.
Óscar Aguilar, Licenciado en Relaciones Internacionales y Derecho, un joven de treinta años, muy culto, que me descubrió al autor Daniel Chavarría y que disfrutó con nosotros de su país. Lo esperamos, a finales de septiembre, en Valencia y poder corresponder con la misma hospitalidad que él nos ha dado.
A Ernesto Blanco le deseamos un gran éxito en septiembre cuando empiece su andadura Esquina de Fraile el restaurante que pudimos ver y en el que Manuel preparó una exquisita paella valenciana para diez personas.
Katia y Eli, del restaurante Paula, enfrente de la Iglesia del mismo nombre. Todos los días, después de mi trote mañanero por el Malecón, me servían un delicioso cortado. Además se pueden comer platos criollos y hay música en vivo. Se lo recomiendo.
Laidi Fernández, escritora y periodista, me dedicó su libro Nuestra Habana de cada día. Su marido nos preparó la mejor limonada que hemos tomado durante nuestra estancia.
Huberto Bernárdez, mi librero favorito en La Habana. Lo he llevado loco buscándome libros. Escribe un magazine muy interesante que envía diariamente a sus amistades, entre las que me ha incluido. Si van a La Habana, búsquenlo enfrente del Malecón, cerca del edificio de La Marina en el patio de la Oficina del Historiador.
Y cómo no, darle una vez más las gracias a Miguel Ángel Jiménez, a quien creía fuera de mi vida. No era cierto. Gracias por ese abrazo y por susurrarme al oído María Dolores tú eres de mi familia.
A Marisol, a Claudia y a Margarita. Me faltan las fotos, pero no el cariño para vosotras. Y a todos ustedes que me han seguido estos días y en este viaje. Gracias por sus mensajes y su cariño.
Volveré a La Habana, a recuperar la parte de mí que se queda allí. Y espero hacerlo con Joan Roig, el amigo del alma que me descubrió hace trece años la fascinación que siente y que transmite por esta ciudad. Nos sentaremos en la terraza del Hotel Habana Libre, nos pediremos unos mojitos y veremos pasar la vida.
Hasta pronto. Y ya saben, sigan pasándolo bien y disfruten.
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