Al día siguiente volvió el principito.
- Hubiese sido mejor venir a la misma hora - dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto: ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón ... Los ritos son necesarios.
- ¿Qué es un rito? - dijo el principito. - Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras horas
El Principito Antoine de Saint-Exupéry
Quedaban pocas horas para que despegase nuestro avión rumbo a Valencia. A nuestra morada, a nuestro espacio habitual donde la rutina es la señora de todas las bondades. Quedaban pocas horas en Cracovia y todavía algunos ritos por celebrar.
Volvimos a cruzar la puerta de San Florián y por la calle Florianska llegamos a una iglesia de ladrillo rojo. No recuerdo su nombre, pero la imagen de un joven con rastas orando en actitud ferviente y recogida, acaparó mi atención. No es que visite yo muchas iglesias en España, pero nunca había contemplado una escena como esa. Los polacos son un pueblo muy católico.
Volvimos a la plaza del Mercado. Entramos en el café Europeiska y desayunamos un contundente plato de salchichas, huevos fritos y tocino. Brindamos con café con leche. Volvimos a entrar en la basílica de Santa María, pero las luces estaban apagadas. En la oscuridad del templo, no pudimos apreciar por última vez el retablo más grande de Europa. Nos quedaba llegar hasta el castillo Wawel y su catedral.
Entramos en la catedral de Wawel, la que compite con la Basílica de Santa María en majestuosidad y lujo. La que se construyó para coronar a los reyes de Polonia y servirles de sepultura. Apenas nos tropezamos con gente. Un par de curas, jóvenes y guapos, hablaban en español a unas chicas desorientadas. Recorrimos las diecisiete capillas de la catedral que sirven de tumba a personajes ilustres y también la cripta real. Nos detuvimos en la dinastía de los Vasa. Entonces decidí que era el mejor lugar para cumplir con el rito al que había venido a Cracovia. Un rito necesario el del viaje de regreso a Polonia. Una acción simbólica para dar forma a mi suelta de lastre, mi despedida de parte de mi pasado. Lo dije al principio de estas crónicas y lo mantengo. No hay presente sin pasado. Este constantemente presiona, ejerce su capacidad de influencia. Es, a veces, tirano. Pero sin él, no seríamos lo que somos: nuevas versiones mejoradas de nosotros mismos que el tiempo y las circunstancias moldean. Mi jersey polaco de lana. Mi viejo jersey polaco de lana formaba parte de mi historia. Le podía haber dedicado una novela, a modo de las de Manuel Mújica Laínez, en la que fuera protagonista indiscutible de todos los acontecimientos que había compartido junto a mí.
Sin embargo, nada de eso le había dado. Así que, al menos, un ritual de despedida. Un rito digno de una prenda de su categoría. Desde 1988 en mis armarios, escuchando las banales conversaciones de mis gabardinas, siempre discutiendo entre ellas. Esperando pacientemente que me dignara llevarlo a ver la nieve, a recordar, aunque de lejos, el paisaje en el que se criaron las ovejas de las que salió la lana con la que una ancianita allá en Katowice lo tejió y me lo vendió en una calle.
Y por fin, podía hacer algo por él, digno de su categoría de prenda usada por mí a través de varias décadas, muchos inviernos e imprevisibles acontecimientos. Un viejo jersey polaco de lana que también necesitaba un lugar para su descanso eterno.
En la capilla de los Vasa, dinastía de origen sueco, reinante en Polonia de 1587 a 1668, ante la tumba de Segismundo III, dejé mi viejo jersey polaco. Reposando después de tantas batallas libradas como el rey. Atravesando países, personas, aventuras y tiempo.
Me dio pena, pero era un ritual necesario el que había venido a cumplir este principio de diciembre del año en curso, 21, del siglo XXI. Un rito de crecimiento: desprenderme de una vieja piel. Dar paso a una nueva versión de mí misma. Quién sabe. Quizás alguno de aquellos jóvenes y guapos sacerdotes de piel blanca, ojos azules y pelo rubio, se habrá percatado de él y lo habrá hecho llegar a alguna persona necesitada de calor y de afecto. Quién sabe si una nueva historia, esta vez sí, en su país, le estará esperando.
Ya lo dijeron El Principito y el filósofo surcoreano Byung-Chul-Han, un rito es una acción simbólica. Los rituales, al fin y al cabo, son necesarios.
Salve y ustedes lo pasen bien.
Si, los ritos son necesarios para dar la posibilidad de dejar ir aquello que nos ha acompañado durante un trayecto de nuestras vidas, y tener la posibilidad de dejar entrar en ella algo nuevo y que esa esperanza con haga felices de nuevo. Enhorabuena amiga un abrazo .
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