La diferencia entre los padres y los abuelos estriba en que los segundos tienen las respuestas a las preguntas que los primeros todavía se están formulando.
Caperucita en Manhattan Carmen Martín Gaite
Vino el primo Victor Blanch, del Clan de la Rifa, sección Chaparros, y me trajo este retrato que se hicieron mis abuelos paternos el día de su boda.
El retrato siempre estuvo en una de las paredes de la casa en la que nací, que era la suya, en la calle Colón, número dos de Sedaví. Tenía un marco un tanto historiado y cuando nos mudamos a la casa de enfrente que construyó mi padre. Mi madre, que nunca tiraba nada, le pidió al pintor que le diera una pasada de purpurina dorada y lo colgó. Mi madre no era de desprenderse de los objetos. Las cosas se sucedían en su vida por estratos. Guardaba todo. Yo no puedo hablar mucho porque haber usado un jersey de lana durante treinta y cuatro años, ya es haberlo más que usado, amortizado. Y encima devolverlo a su país de procedencia.
Supongo que ese afán de guardar las cosas, de transformarlas en otras, tiene mucho que ver con haber nacido en tiempos de precariedad. Por ejemplo, mi madre se cosía un vestido, al cabo de unos años de ponérselo, lo convertía en dos faldas, una para mi hermana y otra para mí. Después, las faldas pasaban a ser una bolsa de pan y ésta acababa de turbante para el pelo. Vamos, que no estamos inventando nada. No hacemos más que andar el camino desandado.
Observo la foto de mis abuelos, Doloretes y Paco. ¿Cuántos años tendrían? Mi padre nació en el 33, mi tío Paco, le precedió ocho años. El primogénito murió muy joven, Mi abuelo hizo tres años de mili, la costumbre de entonces. ¿Debía ser pues, a principio de los años veinte? Quizás.
Contemplo su cara de circunspectos, su seriedad, a diferencia de la alegría que muestran los novios en las fotos actuales. Parecen tan formales, tan puestos en su lugar. ¿O es que atisban ya la tragedia que algún día llegará, que pesará sobre varias generaciones?
Mi abuelo Paco era el mayor de los nueve hermanos del Clan de la Rifa: Cuatro hombres y cinco mujeres, si mal no recuerdo. Mi padre solía contarme muchas anécdotas del abuelo y sus hermanos. Con tanta familia, que además siempre ha gozado de un gran sentido del humor, el repertorio resultaba inacabable.
Los riferos, a su vez tenían variantes. Están els chaparro, els Jeroni, els Matanda...
Els chaparro viene por el tío Pepico, que fue el enterrador y campanero de Sedaví durante muchos años. El domingo de mi bautizo, día de Santa Bárbara, volteó las campanas como si fuera fiesta mayor. Era bajito y muy dinámico. Sin embargo, su hijo Pepe, mi primo el Chapi, es alto y bien plantado. Y cerca de los setenta sigue conservando la dentadura más blanca que he visto en mi vida.
Els Jeroni son alegres. Tienen una habilidad innata para sacarle la parte divertida a la vida. Con ellos, nunca te aburres. Puedes estar en la situación más tremenda que sabrán sacarte unas risas. Ahí están Pepa y su hermano Ferrán. Pero en general, ese sentido del humor, forma parte de todo el clan. Todos hemos nacido con el don de la ironía. Saber aplicarle humor a la inteligencia para exprimir más partido a las circuntancias. Si, ¿no somos nosotros y nuestras circunstancias?
Y también están els Matanda, a la que pertenezco. El apodo viene dado por mi abuela Doloretes. Esa chica de la foto, cargada de pecho y de seriedad. En esta rama siempre hay como un aire infausto. Un argumento de tragedia griega. Doloretes morirá por una confusión. Una tarde, mientras cosía a la fresca con las vecinas, se sintió mal del estómago. Terminada la costura entró en casa y buscó el frasco de la medicina que el médico le había recetado a su hijo Manuel para sus problemas de úlcera. Se lo tomó, pero el recipiente no contenía la ansiada medicina sino arsénico para matarle los piojos, la miseria a la mula.
Mi padre había puesto el arsénico allí, sin pensar en las consecuencias que podía tener su negligencia. Mi abuela murió al cabo de unas horas.
Desde pequeña, mi padre me contó la muerte de mi abuela, sin embargo, nunca nos dijo que se había tratado de un error suyo. Hasta que, muchos años después, yo ya era madre y habíamos abierto La Matandeta, una mañana, la Linda, la perra favorita de mi padre, la que lo había acompañado desde que abrió la granja, tenía mucha miseria. y mi padre la embadurnó con unos polvos. Al día siguiente, la perra apareció muerta. Los gritos y los lloros de mi padre nos partían el corazón: En tanto que me creo que soy! Y no soy nada! Así también maté a mi madre!
Cuánto tenía que haber aguantado aquel hombre ese dolor contenido, escondido dentro de su alma, sin encontrarle solución. Llevar una vida normal, cuando la tragedia te corroe por dentro. Entonces comprendí. Su aire desvaído muchas veces. Sus ganas de evasión. Sus silencios. Su capacidad de comprender a los demás y de no juzgarlos. Su generosidad y su bondad sempiternas. Ese vacío de su corazón, esos monstruos escondidos no hay terapia ni medicina que lo arregle. Simplemente, hay que acostumbrarse a vivir con ello. Y mi padre así lo hizo, hasta la mañana en que encontramos a la Linda muerta. Entonces, todos sus monstruos salieron a pasear...
La muerte de mi primo Paquito, su único sobrino, el hijo que le hubiera gustado tener, fue otra tragedia que lo marcó. A los quince años, Paquito se cayó del quinto piso de la finca que estaban construyendo mi padre, su cuñado y mi tío Paco. Estuvo ingresado durante mucho tiempo. No puedo recordar el número de operaciones a que lo sometieron. Y con veintisiete años, sin haber conseguido superar un cáncer que lo consumió, lo enterraron el mismo día que Silvia, su hija, cumplía tres. La víspera de su muerte, mi padre volvió del IVO donde estaba ingresado y donde había pasado la noche a su lado. Rompió en lágrimas y sollozos. ¿Por qué se tiene que ir, si no le ha hecho daño a nadie? ¿Por qué no me voy yo, que sí lo he hecho? Mi madre estaba allí y consiguió calmarlo. La mañana de la Linda, esas frases regresaron a mi cabeza. Entonces, comprendí.
Con cuarenta y seis años muríó mi madre, su sostén, su faro, el norte al que recalar cuando la conciencia no lo dejaba tranquilo.
Por eso digo, que en els Matanda, hay una línea trágica que exorcizamos conforme podemos. Yo, utilizo mi capacidad de relatar. ¡Pero cuántas narrativas hay en ti! me suele decir mi terapeuta.
Sí, exorcizar la tragedia a base de historias, de ironía y, si es preciso, de sarcasmo. La ironía es inteligente, el sarcasmo suele tirar a matar.
Y si no, también están las rosas amarillas, para alejar los malos augurios. Lo aconsejaba García Márquez.
Salve y ustedes lo pasen bien. Dentro de nada, si los virus lo permiten y el fuego de los dioses nos acompaña, nos vamos de viaje.
Les escribiré.
Opino que ha hecho usted mal relatando la confesión, tan personal y delicada que le hizo su padre, máxime cuando está muerto y no le ha dado permiso para que el MUNDO se entere de su confesión. Si le sirve de consuelo, tod@s vivimos con nuestros demonios que exorcizar y que han marcado nuestra personalidad, algun@s guardamos indeleblemente en nuestro disco duro escenas y vivencias de nuestros padres de las que fuimos espectadores en nuestra más tierna infancia, lo que hoy sería perseguido y denunciable, en aquel entonces se gozaba de impunidad porque denunciar era impensable "por el que dirán". Era algo que sucedía pero que no trascendía fuera del entorno familiar y, curiosamente, tod@s los integrantes de la unidad familiar tenían un extraño pacto tácito de no hablar entre ell@s sobre el tema, como si nunca hubiese ocurrido. Un consejo:deje a l@s muert@s descansar en paz, algun@s se llevaron sus vivencias, sus miserias y sobretodo sus silencios para que nadie hablara de ell@s.
ResponderEliminarNo le puedo agradecer su comentario puesto que usted me envía un anónimo. Efectivamente, todos vivimos con nuestros demonios. Ya lo dijo Freud. Y dándoles nombre y número empezamos a liberarnos de ellos. El nombre de mi padre es sagrado para mí y con esta entrada no hago más que bendecirlo y hacer que me acompañen los demás en su catarsis y en la mía. Escribo desde la sinceridad y sin pudor. No entiendo otra forma de hacerlo y suelo dar muy pocas veces mi opinión. Un consejo: procure usted no dar consejos a los demás. Cada uno entendemos la vida a nuestra manera y así la llevamos a cabo.
ResponderEliminarGracias.
Genial narració. Ets la millor.
ResponderEliminarLa vida és sempre una incertesa , la qual costa molt véncer cada día.Jo també, com tu,crec que cal contar-la en memòria dels nostres. Una abraçada.
Una gran historia que evidencia el gran corazón de tu padre y el tuyo.
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