Puro engaño de inocentes y desprevenidos,
el principio es un proceso lentísimo, demorado,
que exige tiempo y paciencia para percibir en
qué dirección quiere ir, que tantea el camino como
un ciego, el principio es solo el principio, lo hecho
vale tanto como nada.
La caverna
José Saramago
Sólo te queda resistir, no ser como aquellos que, a medida que la intensidad
de su imaginación juvenil va decayendo, se acomodan a la realidad y se
angustian el resto de su vida. Sólo te queda tratar de ser de los más obstina-
dos, mantener la fe en la imaginación durante más tiempo que otros. Madu-
rar con obstinación y resistencia: madurar, por ejemplo, dictando una con-
ferencia de tres días sobre la ironía de no haber conocido de joven la iro--
nía. Y después envejecer, envejecer mucho y mandar al diablo la ironía,
pero aferrándote patéticamente a ella para no quedarte sin nada y ser el
blanco espeluznante de la ironía de los otros.
París no se acaba nunca
Enrique Vila-Matas
A Victoria Sancho-Tello, por su generosidad en estos días de
pandemia.
Nos casamos un Viernes de Dolores en la ermita del pantano de Benagéber. Era el año 71. La ermita estaba medio en ruinas, pues no la restaurarían hasta cuatro años después. Aquella boda por la iglesia fue una concesión a mis padres, católicos recalcitrantes. Además mi padre había terminado el proyecto de aquel pantano... Como ramo, llevé una vara de almendro en flor, que una tía tuya acababa de cortar. Dijo que una novia no podía ir sin flores al altar. Nos casaron los tres curas más progres del momento. Y hubo comida y fiesta y una alegría inmensa de comenzar nuestra vida en común. Y luna de miel en los Pirineos.
Ya vez, cincuenta años hubiéramos celebrado estos días... Fue una revisión rutinaria en La Fe. Te encontrabas perfectamente. Llevábamos bastantes años jubilados, nos habíamos reinventado, como tantas veces. Qué sería del amor sin la imaginación.
Nos dieron el diagnóstico a los dos juntos, cogidos de la mano. No te asustaste. Dijiste a luchar de nuevo. Cinco años duró la lucha.
Ahora, amor, la gente de tu edad, de la mía, se está muriendo. No aquí en Valencia, ni en España. En todo el mundo. En un mundo global, los acontecimientos son globales...
Faltaba nada para que te fueras, estabas muy sedado. Justo antes de entrar en coma, con nuestros hijos en la habitación, me pediste que me acercara. Me diste las gracias por tantas cosas, me regalaste las mejores palabras de amor y... Tuve que salir de la habitación entre sollozos, ahogada por los gritos que no debía dejar escapar. Conseguí serenarme y, al volver al cuarto, Mirta me abrazó. Mamá, se ha despedido de ti. Ya no está aquí.
Hoy está nublado y las azoteas sin sol no son lo mismo. He subido un momento, pero no se ve a nadie. Solo se escucha la música en el piso del caballero del panamá. La terccera de Beethoven. La Heróica. La marcha fúnebre, la preferida del doctor Barraquer.
Amor, la gente se está muriendo sin despedirse. No tuvieron nuestra suerte. No hay manos a qué cogerse, ni perdón, ni agradecimiento que ofrecer. Y da igual el estrato social al que perteneces. El virus no establece diferencias de clases. Eso en nuestro mundo tan limpio y civilizado.
Mientras aquí nos faltan camas en UCIs, mascarillas y recursos apropiados, en el largo listado de olvidados del planeta, donde el confinamiento no es aburrimiento sino supervivencia, ni siquiera existe un estado que pueda ayudarlos. Los apátridas de la tierra. Ellos, los que no tienen nacionalidad tienen que elegir entre el hambre y el virus. Europa no ha sido capaz ni de ponerse de acuerdo en la distribución de los refugiados. Miles de ellos esperan en Grecia a que Europa mueva ficha. Y la Unión Europea no sabe qué hacer con una de sus grandes catástrofes. Nuestros valores se hunden en el Mediterráneo. Nuestro mar, nuestra cuna.
Hoy no ha salido el sol y me he venido un poco abajo. Pero estoy bien. Tú cuídate mucho.
Y espérame. No me da miedo viajar contigo.
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