Andábamos sin buscarnos,
pero sabiendo que andábamos
para encontrarnos.
Rayuela
Julio Cortázar
He dormido mal esta noche. Me ha vuelto ese inveterado dolor de cervicales. De madrugada, he tirado la almohada al suelo y he conseguido conciliar el sueño. Pero, he soñado contigo. Era Semana Santa, qué casualidad, estábamos en el chalet de Xabia, yo corregía exámenes y maldecía por dentro tanta ignorancia. Te has acercado por detrás, me has acariciado la nuca, me has mordido el lóbulo derecho y has susurrado vamos, déjalo, la barbacoa nos está esperando.
A las ocho, me he preparado un café muy cargado, he puesto a Dizzy Gillespie y me he estirado en el sofá a leer. Sobre las nueve, el bebé de la vecina ha roto en llantos. Se escucha todo tras estas paredes de papel. Creo que serían las doce, lo digo por los rayos de sol que se colaban en perpendicular y reflejaban en la pantalla del televisor, cuando he subido a la azotea.
La chica que ayer tomaba el sol en topless, hoy regaba las plantas y ha vuelto a saludarme con la mano. Viven en un precioso ático. Su novio o su marido estaba tumbado frente al televisor viendo un documental sobre el desierto. En el balcón del caballero del panamá no había nadie, pero sonaba la Quinta de Beethoven a todo volumen.
Los niños futbolistas no estaban, sin embargo, el Pato Donald emitía gruñidos desde algún apartamento.
En la calle, frente a la panadería, un policía local hablaba con un señor muy mayor. Se oía perfectamente la conversación. ¿Pero todos los días necesita usted comprar una barra de pan?¿ No puede hacerlo una vez a la semana?¿Vive solo? Usted es persona de alto riesgo. Vale, vale, de acuerdo. Vaya a su casa y enciérrese como todo el mundo.
La azotea se ha convertido estos días en mi ventana indiscreta. Una ventana que me distrae de la vida escayolada que llevo, que llevamos todos.
Pero, prefiero seguir hablando contigo.
La primera vez que te vi fue en Cheste, en el año 69 del siglo pasado. Madre mía, el siglo pasado, cómo suena eso y en qué viejos nos convierte. Yo había acabado la carrera en junio, Filosofía y Letras, rama de Historia. Tú llegabas de Madrid donde habías sido jefe de estudios en un colegio mayor. Luis Illueca, rector de la Universidad Laboral te había hecho una oferta para que te incorporaras a su equipo. A mí me entrevistaron el vicerrector educativo y la jefa de estudios. Leyeron mi curriculum, escucharon mis ideas sobre educación y me aceptaron. Nos dieron un curso de preparación para la docencia a todos los recién llegados. Nos formaron para algo que sería diferente, una manera de enseñar distinta. Cuando llegué, tú ya estabas allí, pero mis ojos tardaron en verte.
Aquel año se matricularon dos mil quinientos alumnos, la mitad de los que lo harían el curso siguiente.
A los profesores nos distribuyeron por diferentes edificios, divididos en plantas y en colegios. Cada planta tenía Aulas-Materia. El Aula de Geografía era la 3, la de Lengua y Literatura, la 2. Mira por dónde, empezamos por ser profesores vecinos. Aquel compañero de barba prieta, ocho años mayor que yo, me imponía. Qué hombre más serio. Buenos días, hola y adiós.
Formamos un grupo de docentes muy jóvenes, muy lanzados, divertidos y contestatarios. De izquierdas en los últimos coletazos de la dictadura. A Franco todavía le quedaban seis años.
Así empezamos a relacionarnos, como colegas, compañeros. Yo tenía otros planes de vida para el futuro. Estaba viviendo mi primer y apasionado amor. El año siguiente, cuando terminara el curso, me casaría por poderes y me iría a vivir a Bogotá con el oftalmólogo que se convertiría así en mi marido.
Uf! Cómo pega ahora el sol. Pero si son las cuatro de la tarde y todavía no he comido. Y es ponerme a pensar, a hablar contigo y no controlo la fugacidad del tiempo.
Vamos a tomar algo.
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