A Lourdes Tomás, por regalarme su historia.
Dicen que si una cosa es para tí, no te preocupes, no te la podrá quitar nadie.
Por fín había conseguido trabajar en un instituto, profesora de Inglés en Secundaria y Bachillerato. Después de la experiencia de las agencias de viajes, por mucho que le advirtieran cómo andaba la enseñanza de desorientada con tanto cambio de leyes en la educación, prefería los alumnos a los turistas exigentes y con poco dinero en el bolsillo.
Laia se había criado en Moncada y, aunque no había nacido en la Comunidad Valenciana, los constantes traslados por el trabajo de su padre, informático en una multinacional, la habían convertido en una joven desarraigada, que no trenzaba amistades ni relaciones muy largas. De hecho, en el instituto de Moncada, conoció a su primer novio, Juan. En segundo de bachillerato. Después él, se presentó a las pruebas para entrar en el ejército y destinaron a las Canarias. Ella estudió Filología Inglesa en la Universidad de Valencia. Un Erasmus en Liverpool y la primera agencia de viajes en la calle La Paz de Valencia.
Seis años después y dos relaciones más, la consellería de Educación volvió a abrir las bolsas de trabajo y consiguió entrar por difícil cobertura para cubrir una baja en Torrevieja. La baja laboral por depresión de la profesora a la que cubría la vacante duró todo el año. Estudiantes de veintisiete nacionalidades pasaron por sus clases. Una amalgama de etnias, religiones y nacionalidades con el propósito común de adquirir la lengua franca.
En Torrevieja conoció a Mateo, un compañero profesor de matemáticas en su misma situación. Compartieron piso durante toda su estancia y la cosa funcionó. Pero lo que resulta maravilloso en tiempos de contienda, no admite la rutina de la paz. Al curso siguiente, la relación no consiguió superar la evaluación del primer trimestre.
Quedaron como amigos, pero los planes de boda se esfumaron la misma rapidez con la que habían llegado. Fue precisamente tras aquel desencanto que volvió a pensar en Juan. En realidad, nunca había dejado de hacerlo. Quizás porque una siempre tiende a sublimar la primera relación. La ingenuidad con que actúa. La inocencia de las primeras palabras de amor.
Lejos ya de Bétera e instalada en el barrio de El Cabañal, repetía curso tras curso en el IES Baleares, en la avenida del mismo nombre. Casi todo el equipo docente estaba compuesto de mujeres. Más del setenta por ciento. También la directiva la formaban mujeres. Para contradecir la estadística, el jefe del Departamento era Guillermo G., un hombre atractivo, felizmente caso y padre de dos hijas adolescentes. Poca hierba para tan prolífico rebaño. Las clases, los exámenes, los alumnos.... Y Juan, de todas sus historias de amor, esa persistía sin ajarse con el paso del tiempo.
Una compañera, le propuso practicar un poco de deporte los fines de semana. Y el culo de Laia que empezaba a expandirse conforme pasaban los años, aceptó el reto del sillín.
El primer sábado llegaron hasta Cullera. La vuelta, por el carril bici de Pinedo, las llevó de vuelta hasta la playa de La Malvarrosa. Laia se sentía espléndida. El ejercicio les había abierto el apetito, pero ninguna de las dos propuso tomar algún aperitivo. Se despidieron y marchó a casa.
Una semana de agujetas y muchas ganas de seguir con el deporte. Pero se organizaron mejor. Desde el Cabañal pensaron en llegar al puerto de Silla.
Carril bici de Pinedo, carretera de El Saler a Alfafar hasta encontrar el Cordell Vell de Russafa y llegar a Silla. Y unas ganas tremendas de mear. El problema, que en la Marjal no hay ni un solo árbol.
Y Laia, que no puedo más, Lucía, que me meo encima. ¡Lucía, a la izquierda, a la izquierda! ¡Esa casa azul, para, para, que no puedo más!
La verja estaba abierta y no se lo pensaron dos veces. Apoyaron las bicis en la pared de la entrada, se quitaron los cascos y Laia entró veloz como perseguida por los duendes.
En seguida se dio cuenta de que se trataba de un restaurante, aunque por fuera les había parecido una casona de campo. Pero se dio de bruces con la barra. ¿El lavabo? Apoyado en el zinc, un joven leía el periódico. Al fondo a la iz... ¿Laia? ¿Eres tú verdad? Habían pasado quince años desde la graduación en el instituto. Y sí, era Juan. Sin noticias de Juan durante tres lustros y de repente, Juan estaba allí. Lo había encontrado sin buscarlo. ¿O quizás sí?
Después del lavabo, la invitó a un café, le dijo que, de momento trabajaba allí los fines de semana. Había dejado el ejército hacía mucho. Un matrimonio, una hija, una separación. Un grado en la Universidad en Económicas, estaba terminando un máster. ¿Y ella? Le dijo que volvería, que tenían pendiente una cita para contarse cómo les fue la vida. Afuera, Lucía, se estaba cansando de esperar.
M Dolores eres una genia!!!! El hilo rojo existe!!! Pero el azul que une a las personas especiales también!!! En esa calle de la Paz estaba yo la primera vez que escuché hablar de la Matandeta y de vuestra familia y me apresuré a montar un taller de paellas para mis guiris!!! Desde entonces nos unió el turismo, después los vinos, después la Filología, después la difícil cobertura, después los IES...y sus peticiones telemáticas más difíciles que opositar para la NASA...y solo nos falta compartir departamento...¿quien sabe si está por venir? Solo sé que eres una gran persona, luchadora y auténtica hecha en mil batallas y qué me encanta que estés al otro lado del hilo azul!!! Se te quiere!!!! Gracias!!!!
ResponderEliminarEnhorabuena!!! Un relato muy bien contado, una historia maravillosa como todo lo que cuentas! Tú eres una persona que une, que crea amistades, que siempre está donde debe estar, al otro lado del hilo. Gracias por tu amistad, María Dolors ❤️
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