La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia, a un lado, al otro Europa y allá a su frente Estambul. La canción del pirata José de Espronceda Hay lugares en el mundo en los que, nada más poner el pie, sabes que siempre regresarás. Estambul es uno de ellos. La primera vez que escuché su nombre, fue en el poema de Espronceda. Tenía nueve años y el libro de mi abuelo Paco Las mil mejores poesías de la lengua castellana. Me lo leí varias veces y memoricé algunas piezas sin que nadie me obligara a ello. La memoria es un músculo que también necesita ejercicio.
Los mejores viajes no son los que se improvisan, sino los que aparecen en tu vida sin necesidad de ir a buscarlos. Estambul y Turquía han sido uno de ellos. Estambul es la imagen de lo lejano y exótico. Y al mismo tiempo de lo europeo. Un cruce de culturas, de sabores y de tradiciones. Patear una ciudad de dieciocho millones de habitantes requiere de paciencia y tiempo. En este viaje no lo hemos tenido. Pero volverá la ocasión porque la provocaré.
Estambul es el Bósforo. Un río de treinta kilómetros, disfrazado de mar. Una corriente entre el mar de Mármara y el mar Negro. Estambul tiene nombre de pirata. De tesoro codiciado. Y a su vez encierra muchos tesoros. Hay una parte muy turística de Estambul. Pero hay que salirse del circuito, perderse entre callejuelas...
Mi amigo Remigio Oltra me aconseja que, si todavía estamos en Estambul no nos perdamos la mezquita Fatih y el mercado que hay a su alrededor. Él estuvo aquí en el puente de diciembre. Seguro que vino muy enamorado y se marchó mucho más. De Estambul, quiero decir...
Esta mezquita fue la primera que se construyó tras la conquista otomana, por el sultán Mehmet Fatih, que significa conquistador. Hasta ese momento, las mezquitas que existían eran iglesias bizantinas reconvertidas.
Maravillosa y sin turistas, salvo nosotros tres. Manuel se ha quedado en el hotel. Alrededor de la mezquita, un mercado donde compran los vecinos del barrio. Con otro sabor muy diferente a lo que hemos visto. Y sí, merecía la pena callejear por esta zona. Nunca había visto una ciudad con tantas pastelerías ni joyerías.
Y mañana a casa. A vivir los días normales y rutinarios. Dice mi amiga Carmen Minguet que no pasa nada porque de vez en cuando los tenga. Pero saben qué les digo. En cuanto pueda, volveré a Estambul. Mientras tanto, seguiré leyendo a Orhan Pamuk, que es otra forma de regresar a esta magnífica ciudad.
Salve y ustedes lo pasen bien.
De totes totes,un viatje fantastic, per a repetir !!
ResponderEliminar