La amargura que despedía aquella cultura muerta, aquel imperio, hundido se encontraba por todos lados. El esfuerzo por occidentalizarse me parecía, más que un deseo de modernización, una inquietud por librarse de todas las cosas cargadas de recuerdos llenos de amargura y tristeza que quedaban del imperio desaparecido: era como tirar a la basura la ropa, los adornos, los objetos personales y las fotografías de una hermosa amante que se ha muerto de repente para librarnos de su destructor recuerdo.
Estambul. Ciudad y recuerdos
Orhan Pamuk
Los turcos son originarios del Turkistán. Por la ruta de la seda, llegaron hasta la península de Anatolia. No son árabes. De tradición musulmana en un noventa y nueve por cien de la población. Si te encuentras mujeres con burka y tapadas hasta las cejas, no son turcas, sino de países árabes vecinos, de allí hay mucho turismo. El imperio otomano, llegó hasta las puertas de Viena en 1453. Para conmemorar la derrota del turco, los vieneses se inventaron el cruasán, la media luna de hojaldre. Dominaron el Magreb hasta la frontera del sultanato marroquí. Allí donde se fuma narguile, la pipa de agua, allí pusieron su pie los otomanos. Bueno, en algunos barrios de Ruzafa, no.
Es día de año nuevo. Los parques, las avenidas principales de Estambul están a reventar. Grupos de niños visitan Santa Sofía, pero también lo hacen mujeres musulmanas ataviadas con burka que practican sus abluciones antes de entrar en la mezquita.
Santa Sofía fue en primer lugar, catedral ortodoxa de Bizancio. Inaugurada en el 330, no está consagrada a la santa, sino a la Santa Sabiduría de Dios, tomando el significado griego la palabra.Durante mil años fue la mayor catedral del mundo. Hasta que se construyó Santa María de Sevilla. Con la llegada de los otomanos, fue reconvertida en mezquita. Más tarde, desempeñó el papel de museo. En 2020 volvió a ser sacralizada como mezquita.
Impresiona este edificio. Su magneficencia. Siempre fue considerado el summum del arte bizantino. Y justo enfrente, separada por un jardín, la imponente mezquita azul del sultán Ahmed, de la que solo podremos contemplar el interior de la cúpula pues se halla completamente recubierta de andamios. A la salida, un hombre que habla correctamente el español, me regala el Corán en esta lengua. Seguimos hacia Topkapi, el palacio imperial. Pepa y yo nos acordamos de la divertida película de Melina Mercuri y Maximilian Schell, en la que roban el diamante que ahora contemplamos.
Seguimos contemplando las maravillas de esta ciudad, capital de un imperio. Y yo tengo toda la mañana en mi cabeza De parte de la princesa muerta, de Kenizé Mourad, que cuenta la caída de aquel mundo y las consecuencias que tuvo en la propia escritora. El libro, escrito por una francesa, nita del último sultán, criada en un orfelinato francés, se lo trajo a España, el editor Mario Muchnik y fue un boom en nuestro país. De esos libros que no te podías quitar de las manos. El año pasado se cumplieron treinta años de su publicación en español. Y el viaje me pilló releyendo la edición conmemorativa.
Tanta historia, tantos datos compartidos entre nosotros. Tantas anécdotas, nos ha abierto el apetito. Nos dirigimos a coger el tranvía. Y nos damos de bruces con este cartel.
Prohibido subir al tranvía perros, gatos y ¡cocodrilos! ¿Pero alguien ha traído alguno? Que me lo expliquen que me parto de la risa. El tranvía está a reventar. Vamos como sardinas en lata. Olvídate tu de la distancia preventiva. Contradicciones de una sociedad moderna que no olvida que fue un imperio que dominó el mundo. Aunque no tenga nada que ver con este cartel. Mejor nos tomamos un té y una baclawa.
Salve y ustedes lo pasen bien.
Aunque no conozco la ciudad una descripción que me llama a visitarla.
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