Descansamos media hora después de la cena y Manuel persistió en ver las estrellas. Al lado del teatro de la Verdura, había una muestra de productos gastronómicos, artesanía, música y telescopios acompañados de astrónomos que te enseñaban a contemplar las estrellas. Me enfundé en mi bonito vestido color verde mar, talle imperio, largo hasta los pies, unas zapatillas blancas, recién estrenadas y para el autobús que nos fuimos a Via Roma.
El autista, que así es como llaman aquí al chófer, no supo darnos demasiadas explicaciones. Que estaba muy lejos, que teníamos que coger el 616 o el 645, y que no nos cobraba el billete porque él iba de retiro.
Cuando llegamos a las afueras de la ciudad, tuve un presentimiento, una señal. Mira Manuel, si fuera de día no me importaría ir hasta donde sea. Pero son las nueve de la noche y yo no conozco Palermo. Igual no encontramos autobús de regreso. Bajémonos.
Cruzamos la calle hasta otra parada. A mí apenas me tenían las piernas, que ya no se sabía si de las extremidades superiores o de unas aletas se trataban. Cerca de una hora en la parada y una preciosa siciliana treintañera que esperaba junto a nosotros y a más gente, exclamó Non ci la faccio piú!Palermo fa squifo. In Milano, questo non passa. Que viene a significar ¡Estoy harta!¡Palermo da asco!Esto en Milán no pasa. Le pregunto qué ocurre. Cada vez hay más gente en la parada y no pasa ningún autobús. Me explica que durante el verano, a partir de las nueve de la noche, es muy difícil encontrar un autobús. ¿Por las vacaciones de gli autisti? No, porque no quieren trabajar, me responde.
Cruzamos la calle hasta otra parada. A mí apenas me tenían las piernas, que ya no se sabía si de las extremidades superiores o de unas aletas se trataban. Cerca de una hora en la parada y una preciosa siciliana treintañera que esperaba junto a nosotros y a más gente, exclamó Non ci la faccio piú!Palermo fa squifo. In Milano, questo non passa. Que viene a significar ¡Estoy harta!¡Palermo da asco!Esto en Milán no pasa. Le pregunto qué ocurre. Cada vez hay más gente en la parada y no pasa ningún autobús. Me explica que durante el verano, a partir de las nueve de la noche, es muy difícil encontrar un autobús. ¿Por las vacaciones de gli autisti? No, porque no quieren trabajar, me responde.
Al cabo de hora y media aparece un 806 y vemos que todo el mundo se sube a él, como si fuera el último autobús que circulara por la tierra. Nosotros nos quedamos en la fermata con otras dos chicas, sin saber cómo acabará la película. Media hora después, aparece un autobús, otro 806 y nos subimos sin pensarlo. Nos deja en el Politeama Garibaldi, a un paso de Via Roma. La avenida está llena de gente que celebra la noche del sábado en las terrazas, en los pequeños restaurantes. Veinte minutos andando y llegamos al vicolo Guascone. ¡Dioses de griegos y de romanos! No puedo con mi alma.
A las nueve de la mañana me encuentro a Inna en la cocina. Qué tal la noche, me pregunta. Sin comentarios, menos mal que la señal me llegó a tiempo.
Nos vamos a Cefalú a pasar el día. El tren sale de la Stazione Centrale, que la tenemos a un paso, al final de la Via Roma, a las once menos veinte. No va muy lleno. Tres cuartos de hora después pisamos esta ciudad del Tirreno.
Al mediodía, la catedral de Cefalú está llena de gente que asiste a misa. Es un hermoso edificio que, junto el Duomo y claustro de Monreale y el Palermo árabe y normando, han sido declarados por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad. Caray con los normandos, los hombres del norte, los vikingos, con la mala prensa que siempre tuvieron y el arte tan exquisito que fueron capaces de proyectar.
Cefalú es una ciudad turística, repleta de italianos y gente de todas partes. Además es domingo. La recorremos poco a poco, sin prisas. Buscando la sombra en sus callejuelas.
La playa a la que nos dirigimos es minúscula y está abarrotada. Pero el agua, limpísima. Manuel se pasará cuatro horas lanzándose al mar, Inna nadará una hora y yo, durante dos, haré mis largos.
De regreso a la estación, al tren le faltan dos horas y media. Así que decidimos dar otra vuelta. Nos sentamos en una terraza frente a la playa y Manuel vuelve a lanzarse al agua. Inna y yo iniciamos una conversación en nuestro común nivel de inglés, en la que cabe de todo. Me pregunta qué pienso de Putin y yo le digo que es el nuevo zar que tienen los rusos. Ella me da su opinión, a pesar de que, me confiesa, su marido es el jefe del gabinete de Protocolo del jefe de Gobierno de la República de Baskortostán y que se encuentra de misión diplomática en Viena, por eso ella viaja sola. ¡Caramba, qué nivel!
Es hora de volver a la estación. Pero antes hay que sacar a Manuel del agua. Seguimos callejeando. Inna me abraza y me dice que sin mí nunca hubiera descubierto Cefalú, me da las gracias. La estación está abarrotada. Llega un tren y preguntamos si va a Palermo, aunque circula en sentido contrario. Unas italianas nos dicen que sí y nos subimos, como mucha gente. Aparece una joven revisora, nos dice que nos bajemos, que el tren se dirige a Taormina. Por los altavoces, anuncian algo que no entiendo y todo el mundo se lanza a la otra vía. Llega el de Palermo. ¡Madre mía! Desde mis tiempo de Interrail por Grecia no había visto tanta gente en un tren. Tenemos suerte. Encontramos asiento al lado de una monja de pulcro uniforme. Manuel me pregunta si es una sacerdotisa. Y eso que da Religión en el colegio.
Por fin, en el apartamento del vicolo Guascone. Inna solo quiere cenar fruta y chocolate. Pero compartimos una ensalada y la botella de vino Pinot grigio que ha comprado. Sorbo a sorbo se inician las confidencias, se comparten emociones, con esa facilidad que tenemos las mujeres para hacerlo. Me pregunta por mi situación personal y cuando se la cuento, se queda pensativa unos minutos hasta que susurra... María, tienes que hacer como los rusos, tienes que practicar el budismo. ¿Desde cuándo los rusos son budistas? Lo son sin saberlo, sin el método budista, no hubieran sobrevivido a todo cuanto nuestra sociedad ha tenido que padecer: acepta y aprecia el cambio, no te preocupes porque es inútil, no te obsesiones con los sentimientos, entiende la realidad como es... Inna sigue con su pausada y tranquila voz, con sus maneras eslavas.
Mañana se va a Taormina y prosigue viaje. Le he dicho que me levantaré para despedirme de ella.
Son las ocho de la mañana cuando deja el apartamento, no sin antes decirme que en Ufa, en Valencia o en cualquier parte del mundo, está segura de que nos volveremos a encontrar. Me abraza y se despide con un Maria, I love you.
Nosotros nos quedamos aquí, esperando a Roberta Barbuscia.
Por fin, en el apartamento del vicolo Guascone. Inna solo quiere cenar fruta y chocolate. Pero compartimos una ensalada y la botella de vino Pinot grigio que ha comprado. Sorbo a sorbo se inician las confidencias, se comparten emociones, con esa facilidad que tenemos las mujeres para hacerlo. Me pregunta por mi situación personal y cuando se la cuento, se queda pensativa unos minutos hasta que susurra... María, tienes que hacer como los rusos, tienes que practicar el budismo. ¿Desde cuándo los rusos son budistas? Lo son sin saberlo, sin el método budista, no hubieran sobrevivido a todo cuanto nuestra sociedad ha tenido que padecer: acepta y aprecia el cambio, no te preocupes porque es inútil, no te obsesiones con los sentimientos, entiende la realidad como es... Inna sigue con su pausada y tranquila voz, con sus maneras eslavas.
Mañana se va a Taormina y prosigue viaje. Le he dicho que me levantaré para despedirme de ella.
Son las ocho de la mañana cuando deja el apartamento, no sin antes decirme que en Ufa, en Valencia o en cualquier parte del mundo, está segura de que nos volveremos a encontrar. Me abraza y se despide con un Maria, I love you.
Nosotros nos quedamos aquí, esperando a Roberta Barbuscia.
Increíbles vuestras andanzas y tu nieto es un sol. 😍
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