Hay que caer y no se puede elegir dónde
Pero hay
cierta forma del viento en los cabellos, cierta pausa del
golpe,
cierta esquina
del brazo
que podemos
torcer mientras caemos.
Roberto Juarroz
A ti,
Sergio Moreno.
Por mucho que corra Ulises, nunca
alcanzará a la tortuga. La María Dolores que marchó hace veintiún días a
Estados Unidos, no es la misma que regresó ayer. Las emociones que
me perturbaron desde la madrugada del veintritrés de febrero, y quizás antes también... La
rabia, la ira, el odio, el rencor, el menosprecio, han fluido fuera de mí, como
si de un torrente imparable se trataran. Nada fue lo mismo desde aquella
fecha y nada lo volverá a ser.
Pero no quiero despedir esta crónica sin
hablar de la víctima colateral de mi gran equivocación. Es la única forma
que tengo de hacerle justicia.
Tiene cerca de setenta años, vive en
Sofía, Bulgaria y se llama Anka Koleva, Anie, nuestra Anie.
Llegó hace diecisiete años a Valencia.
Había enviudado después de la larga y dolorosa enfermedad de su
marido y se había quedado con una exigua pensión.
Junto con otro grupo de mujeres, fue
reclutada en su país para venir al nuestro a trabajar. Anie pasó un mes
recogiendo naranjas en los campos de Castellón. Un autobús la llevaba a ella y
a otras compatriotas hasta Burriana cuando aún era bien cerrada la madrugada y
las devolvía de noche. Pasado un mes, la mafia que las había traído cobró los
sueldos y las dejó abandonadas en los naranjales. Tuvieron que desandar
el camino a pie.
Anie compartía piso con otra búlgara que
por aquel entonces cuidaba de mi suegra, enferma de Alzheimer, es así como vino
a parar a La Matandeta una temporada de comuniones. Era amable, muy trabajadora
y su sonrisa resultaba muy siniestra porque el stress provocado por la
larga enfermedad de su marido, la había dejado sin dientes a los cincuenta y
tres años.
Recuerdo que aquel septiembre, empezó a
trabajar todos los días con nosotros y en cuanto se promulgó aquella ley de
extranjería que abrió tanto la mano en un país en plena burbuja
económica, le arreglamos los papeles.
Anie trabajaba muy duro en La Matandeta y
siempre estaba contenta. Mi padre, con la ironía que lo caracterizaba,
solía decir, esta mujer, antiguamente, hubiera hecho rico a su marido.
El dormitaría a la sombra y ella con los machos araría el campo. Anie
igual limpiaba los comedores, los lavabos, nuestra casa, que la de mi padre. O
preparaba ensaladas y torraets.
Cuando llegó Manuel y hubo que darle la primera papilla, ni Helena ni yo
nos aclarábamos y fue Anie quien lo convenció de que había que dejar atrás la
tetina porque había llegado el momento de la cuchara.
Hace tres años, Rubén necesitaba personal
en la cocina. Y yo me acordé de Ana Blasco. La habíamos conocido con veintiún
años. La trajo una amiga, Alicia, para ayudar en la limpieza. Era quien
despertaba a Helena los fines de semana para limpiarnos el piso.
Ana Blasco era como de nuestra familia.
Cuando cumplió treinta años, yo le organicé una fiesta sorpresa con todos sus
compañeros. Acabamos en la Malvarrosa y menudo susto le habíamos dado. Es
lo que ocurre en hostelería. Son muchas horas, mucho stress, un trabajo pesado
y el roce hace el cariño. Y tanto.
Un buen día, se enfadó con Rafa por
lo que había cobrado y no volvió más. Eso también es normal en
hostelería, que por mucho que se pague, nunca lo estará bien.
Pero no perdimos el contacto. Ana
Blasco estuvo en el entierro de mi padre y en la boda de Rubén y Helena.
Como dije, hace tres años, la volví a
llamar. Era un rollo, me comentó Rafa porque no tiene carnet de conducir y
había que ir a buscarla y devolverla a Paterna, donde vive. Es muy lenta,
añadió Rubén, dadas sus condiciones físicas, no resiste tres días seguidos de
trabajo en la cocina. Pero yo aposté por ella. Por su bondad, su discreción, lo
mucho que apreciaba a toda la familia.
Justo hace tres años es cuando peor
estaban las cosas entre nosotros cuatro. Las relaciones familiares y laborales
no suelen tener los límites definidos y ya se sabe que,
cuando la miseria entra por la puerta, el amor salta por la ventana. Esta
crisis no fue para personas normales, sino para personas excepcionales y
nuestras relaciones se resintieron.
Recuerdo que por entonces yo cursaba
el máster del profesorado, en mi afán por reinventarme y volver al
mundo laboral, fuera de La Matandeta. Vivíamos en Sedaví y yo paraba poco por
el restaurante. Anie, trata muy mal a Ana Blasco. Anie no se
porta bien con ella, Ana Blasco dice que no tiene por qué aguantar
ciertas cosas y se marcha, empezó
a decirme Rafa. Era incomprensible. Los fines de semana siempre se ha reforzado
el personal de limpieza con gente de todas partes. Marroquíes, españolas,
rumanas, bolivianas, ecuatorianas. Anie nunca tuvo jamás ningún problema con
ellas. El trabajo más duro siempre se lo llevaba nuestra querida búlgara
y nunca tuvo una mala cara, ni una mala palabra con nadie.
Cuando le preguntaba a Ana Blasco qué tal
se comportaba Anie con ella, siempre me contestaba con evasivas... Bien,
si, no, depende, a veces. Pero Ana Blasco tiene esa virtud o ese gran
defecto, nunca te cuenta nada, aunque te lo pregunte todo.
Como ya dije, estuve poco en La Matandeta,
pero no entendía ciertas cosas que estaban ocurriendo.
A Helena y a Rubén también les parecía que
el comportamiento de Anie con Ana Blasco era muy extraño.
No fue un buen tiempo, lo reconozco y a mí
me calentaron la cabeza. Así, que puesto que Anie estaba en la edad adecuada
para jubilarse y a mí no me parecía bien que le hiciera la puñeta a mi querida
Ana Blasco, fui con Rafa al gestor para ver cómo estaba el asunto de su
jubilación. Le expuse que no había derecho que se comportara así con una chica
que solo había venido a quitarle trabajo. Rafa, a mi lado, callaba y otorgaba.
Llegó octubre y yo me marché por primera
vez a los EE.UU. Desde allí le insistía a Rafa en que solucionara el problema
entre Anie y Ana Blasco. Y ello pasaba por la jubilación de la primera.
A mi regreso, Rafa tenía los papeles
preparados y cuando le planteó el asunto a Anie, ella le pidió dos años más en
España. Solo dos años. Estaba ayudando a su hija a pagar un piso en Sofía y los estudios de su nieto en
Holanda. Solo quería dos años más con nosotros para irse con unos buenos
ahorros.
Firmó los papeles de su jubilación y los echó a la cara de Rafa, pero ni lo
amenazó, ni lo chantajeó.
La tarde de domingo en que despedimos a
Anie, nos trajo dulces de su país que ella misma había cocinado y yo, a pesar
de todo, no pude contener las lágrimas. Ni ella, tampoco. Le regalamos un reloj.
Ahora entiendo la mirada de satisfacción
que tenía Ana Blasco. Gracias a mí, había ganado. La mujer que podía delatarla
se marchaba lejos. La misma mirada de satisfacción cada vez que nos veía
discutir a Rafa y a mí. O cuando Helena le contaba algo negativo que nos había
sucedido.
A principios de julio, escribí a Anie a
través del Messenger para contarle los últimos y tristes acontecimientos que
habían sucedido en mi familia. Me contestó que no se sorprendía de nada. Ella
sabía desde hacía tiempo de la relación que existía entre Rafa y Ana Blasco y por
eso no soportaba a aquella mujer. Se me cayó el mundo a los pies. ¿Qué había
hecho yo? Ser injusta con la mujer que me quería y generosa con la que me
estaba engañando.
¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no me
previno de lo que sucedía delante de mis ojos y yo era incapaz de ver? ¿Pensó
que ella sola, a codazos y empujones sería capaz de sacarla de nuestra casa y
de nuestras vidas?
Anie
los últimos años se había quedado completamente sorda, nos entendía
porque al cabo de tanto tiempo era capaz de leernos los labios, por eso
difícilmente podía expresarse en español. Además, nosotros en casa siempre
hablamos en valenciano. ¿Fue esa dificultad la que le impidió tomar una
determinación? No lo sé. Solamente sé que no era Anie quien se tenía que haber
marchado de mi casa. Fue como tener a mi lado, durante tres años a la madrastra de Blancanieves
disfrazada de abuela de Caperucita Roja.
No creo que me lo pueda perdonar jamás,
haber sido tan injusta con Anie, la mujer que dio tanto a mi familia. Pero me erigieron en juez y me
engañó tanto el fiscal como el abogado
defensor.
En cuanto tenga unos días, viajaré a Sofía
para abrazar a Anie y volverle a pedir perdón. Le llevaré a ese niño, Manuel,
al que vio nacer, ayudó a criar y al que quiere tanto.
No mereció
la pena sufrir por quien hace tiempo dejó de amarme y además fue desleal conmigo. Para entender
este axioma tan simple, he tenido que marcharme
muy lejos.
No volveré a escribir en este blog sobre estos asuntos. He cerrado este capítulo de mi vida. Por fin. Le he puesto un candado y eché la llave al rio Hudson. No arranco la página, pero la paso.
No volveré a escribir en este blog sobre estos asuntos. He cerrado este capítulo de mi vida. Por fin. Le he puesto un candado y eché la llave al rio Hudson. No arranco la página, pero la paso.
Ha llegado septiembre y hay que ponerse a
trabajar. El lunes a las nueve tengo que estar en Requena, en el Instituto
Oleana, donde este cursó impartiré
clases de francés. Lo primero que pienso
preguntarles a mis alumnos es por qué el instituto se llama así.
Tengo que ver cuándo es la defensa del
trabajo de final de máster de mis compañeros porque quiero asistir y tengo que
hablar con Rosa Yagüe mi tutora, quien entendió que primero era yo y mi
equilibrio psicológico y, después, seguir con Enoturisme en Terres dels Alforins. El cas de El Celler del Roure.
Ahora, ya estoy preparada para seguir con el proyecto.
He de llamar a Emèrit Bono, por la
semblanza que me ha pedido Emili Marín para su libro sobre la transición.
Necesito un fin de semana largo para ir a
Milán. Gaia di Filippo, que ahora vive allí, quiere que pasemos unos días
juntas. En Dublin, me espera Rose Prenderville, como las dos hemos vivido lo
mismo, seguro que tenemos mucho de qué
hablar.
Antes de que acabe el año, quiero ir a
`Puyricard a visitar a mi casero inglés, Derek Moxon. Acaba de cumplir ochenta
y cinco años y no queda mucho tiempo. Phillippe y Guylaine Fortyn me ofrecen su
casa durante mi estancia. En Marsella, Sonia Lefèvre sigue teniendo un sofá para mí, siempre y cuando
ella no ande por Nueva Zelanda, Malaisia
o Cabo Verde.Y esta vez, no tengo que dejar de pasar por Eguilles, Constance
Thiery estuvo en agosto en Benicassim y
quería acercarse a verme a La Matandeta, pero yo andaba ya por Nueva York.
Carmen y yo tenemos que llevar al joven
ecuatoriano, Carlos Chungata, a Madrid. Y Elena Delgadova y Juanma Puig, cada
vez que vienen a casa me invitan a visitarlos en Eslovaquia, pero ese viaje
tendrá que esperar a la Semana Santa. En mayo, Dominic y Joe quieren que coja
un Ryanair y nos encontremos en Oporto. Y después está la cuestión del
australiano que me ha pedido que vaya a Merlbourne y me enseñará Australia.
Y organizar un gran Buida la Cambra para
dentro de un mes en La Matandeta…
Creo que este será un buen otoño. No, no
lo creo. Estoy segura de ello.
Gracias por todo y hasta pronto.
Sobre el asunto más triste que expones aquí te repito que lo que te hicieron fue un favor y en el fondo Anie sabía que no debía de evitar el final que tuvo para darte la oportunidad de reinventarte y tener un final feliz en tu vida y darle la oportunidad a la muerte de que te encuentre viva y haciendo lo que más te gusta que es viajar y escribir en lugar de dedicar tu salud a otra persona que no se la merece. Recuerda que le debes agradecimiento por llevárselo.
ResponderEliminar