Pensar no li agrada al poder. A cap tipus de poder.
Memòries de mí mateix Ferran Torrent
Amanezco el lunes regando las dimorfotecas que se han convertido en mis verdaderas interlocutoras. He pasado mala noche, me tiraban los puntos. Inicio el día con un café con leche y con la última novela de mi paisano Ferran Torrent, Memòries de mí mateix. La gente se cree que se trata de una autobiografía. Pero, si pone novela en la portada. Me gustan los relatos de mi paisano porque, independientemente de la trama, están plagados de referentes en los que me reconozco. Los nombres, apellidos, apodos, forman parte del escenario infantil y adolescente en el que me crié. Juan el Moro, de La vida en l’abisme, el primer inmigrante que llegó a Sedaví, no es un personaje de ficción, sino que allá por los primeros años ochenta me servía el café con leche todas las mañanas en el Ateneo Recreativo, más conocido como el casino, antes de irme a trabajar al ayuntamiento, y sí, estafó a mucha gente, pero con tanta gracia, que nadie le guardó rencor.
Sebastià, el roig, protagonista de esa misma novela, sigue en su inmobiliaria de la avenida de la Albufera y el doctor José Vicente Sospedra, anda por los mismos lares. Gabino, el quiosquero murió este invierno pasado y con Pepe Cataluña tuve el gusto y la satisfacción de trabajar durante seis años. Si aparece algún enterrador, sé que está hablando de mi tío Pepe, el Chaparro. El universo de Ferran Torrent es el de mi generación, aunque él sea unos años mayor. Cuando estuve en Aix-en-Provence, una profesora catalana me preguntó que por qué mi apellido coincidía con el de algunos personajes de Torrent. Anda, porque somos del mismo pueblo.
Hoy vienen a comer nuestros amigos David y Marta Borcha con sus amistades y traen a su madre, María Asunción Mateo. Me encanta hablar con ella, la viuda de Rafael Alberti, así que compartiremos.
Le cuento a Marisu que estoy leyendo La chica de la Leica, de Helena Janeczek, un libro sobre Gerda Taro, primera fotoperiodista muerta en una guerra, la guerra civil española, aplastada por un tanque cerca de Brunete. Le digo, que constantemente aparece en la obra Rafael Alberti. Claro, fueron él y Maria Teresa León los encargados de recoger su cadáver en El Escorial.
Gerda Taro, nacida Pohorylle en el seno de una familia judía alemana, se fue a Paris en 1933, donde, tres años antes de su muerte, conoció a André Friedmann, también de origen judío y húngaro. Los dos huían de la persecución nazi. Se enamoraron: él le enseñó fotografía, ella a sacar lo mejor de sí mismo y lo ayudó a convertirse en Robert Capa. Muchos años después, abatido él mismo en la guerra de Indochina, seguía sin perdonarse la muerte de la muchacha de veintisiete años a la que convenció para que viajara a España. No me gusta mucho este libro. Me quedo con Esperando a Robert Capa de Susana Fortes.
Las alusiones a Alberti son constantes en la conversación de Marisu. En la próxima Feria del Libro de Madrid se presentan las memorias sobre su vida al lado del gran poeta gaditano. Me cuenta que, veinte años después de su muerte, limpiando y ordenando papeles, se le cayó una carpeta a la cabeza. Al abrirla encontró escrito de su puño y letra un mensaje del poeta en el que le pedía que escribiera sobre su vida en común y contara la verdad. Habían muchas carpetas en aquella casa del Puerto de Santamaría, en la que ella sigue viviendo, pero fue precisamente esa. Viene a mi memoria lo que leí el año pasado en otro libro La rive gauche, de Herbert Lottman sobre Arthur Koestler cuando decidió una noche suicidarse en Paris. Cubrió con papel todos los bajos de las puertas y los pretiles de las ventanas, abrió la espita del gas y se tumbó en la cama, justo en ese momento, le cayó un libro en la cabeza y fue suficiente señal para disuadirlo de aquella muerte voluntaria, aunque lo repitiera y consiguiera muchos años después. La vida está llena de sincronicidades, pienso.
Nos hemos hecho fotos en la entrada y a la vuelta a la mesa, nos encontramos sentado delante de nosotras, a otro amigo de su hijo. Hernani es arquitecto. Le digo que se llama como la obra de Victor Hugo que se cargó el teatro clásico y las unidades de acción, espacio y tiempo. Me contesta que soy la primera persona que conoce que lo sepa, que Hernani es una obra de Victor Hugo. No tiene ningún mérito. En la universidad estudié lengua y literatura francesas. Añade que él lo escribe con hache. Claro, cómo si no. En Francés, no lleva hache, solo en español, como el pueblo vasco. No, le contradigo, en francés y en español lleva hache. Marisu lo reafirma. Que no, que no lleva hache en francés, Que sí, que yo leí esa obra durante el grado y todavía debe andar en los estantes de los lavabos de La Matandeta, si no la han robado. Que no lleva hache en francés, insiste el caballero llamado Hernani, arquitecto de profesión, a esta opinión se suma Isabel, diseñadora de interiores, Que sí que lleva, no nos achantamos Marisu y yo.
Lo busco en Google, en francés. Lo véis, lleva hache. Estará mal, contesta Hernani. Bueno y bueno. Qué cabudets. Unos minutos después, el arquitecto levanta los ojos de su pantalla. Es verdad, Ernani, sin hache hace referencia a la ópera de Verdi. Claro, sigo yo, la lengua italiana no tiene ninguna palabra que empiece por hache. Hipólito en italiano es Ippolito. Herminia es Erminia. Y Hércules es Ercole. Acabáramos.
Llega Helena con los huevos de Pascua, las monas. Los niños están contentos. Y yo muy mareada. Saludo a Pilar, enfermera del doctor de las rastas que me operó y a la que también dimos una tarjeta. Nosotras hacemos la clientela como los políticos ganan las elecciones. Voto a voto, tarjeta a tarjeta.
Me voy a mi casa que total consiste en subir al piso de arriba.
Salve y ustedes lo pasen bien.