Lo único que llega con seguridad es la muerte.
Gabriel García Márquez
Esta es la historia de un cuadro. Mejor dicho, de la compra de un cuadro. Y de su pintor, que acaba de morir. Como todas las buenas historias, los relatos suculentos, las narraciones que merecen ser seguidas, no se fraguó en un instante, sino a lo largo de años. Aunque la muerte del artista fuera en un último segundo.
El cuadro se titula Parada láctea en Pollença y el artista que lo pintó Pepe Morea.
No conocí a Morea la primera vez que lo ví, un verano en la terraza de La Matandeta, sino muchos años antes. En 1984 yo acababa de ser madre a los veinticuatro y trabajaba en Presidencia de la Generalitat. Un viernes de marzo, una de mis compañeras, Consuelo Torres, cofundadora de la mítica librería Dona en la calle Grabador Esteve y casada por aquel tiempo con Facundo Tomás, decano de la Facultad de Bellas Artes, me anunció que aquella tarde la Valencia más puesta y à la page asistía a la inauguración en la Casa Museo Benlliure de la exposición de Pepe Morea.
¿Y ese quién es? Me atreví a preguntar. ¿Que no sabes quién es Pepe Morea? Es el pintor valenciano más importante y más moderno de estos momentos.
No fui aquella tarde al evento. Pero me acompañaron unos días después a verla y me regalaron el catálogo. Nunca había visto una pintura igual. Morea era moderno en el sentido de novedoso. Era una pintura ecléctica que rezumaba movida madrileña. Al fin y al cabo, el artista había obtenido la beca Velázquez, concedida por el Ayuntamiento de Valencia y venia de pasar dos años en Madrid en la Casa Velázquez que el gobierno francés poseía en Madrid.
Sigo conservando el catálogo de aquella exposición y de mi primer contacto con la pintura de Morea. Un catálogo que releo con gusto, ahora que Morea ya no está entre nosotros. Un catálogo del que el propio Morea me confesó que no conservaba ni un solo ejemplar y que nos dedicó muchos años después, el día de nuestro primer encuentro , en La Matandeta. La dedicatoria está escrita con tinta de calamar.
Terminaron los felices ochenta, se acabó la movida, la vida nocturna de Valencia cambió. Nos mudamos de oficio y de ocupaciones. Un día en Chiva, en el restaurante Pelegrí, mientras comíamos con Rafa y Mari Carmen, me volví cruzar con la pintura de Morea y supe de la amistad con nuestros mutuos amigos.
Hasta aquel verano. Un día apareció a mediodía Rafa Pérez, el Pelegrí acompañado de un hombre menudo y risueño. La terraza estaba llena y no dábamos abasto. Rafa se había quedado sin gasolina en la autopista. Creo que volvían de Alicante. Les habían ayudado, pero no llevaban dinero. Les dimos de comer y les prestamos. Tuve una señal y le pregunté al acompañante si era Pepe Morea. Si, ¿me conoces? Si, hace muchos años que sé de ti.
Siguieron más encuentros aquel verano. En su casa de Chiva. La casa de un artista. Un cuarto de baño que recordaba a Dalí. Un conejo peludo que vivía sin bajar de una en mesa. Un mejillón gigante colgando en el corral y decenas y decenas de telas repartidas por varias habitaciones, alguna de ellas sin la cuarta pared, como en un escenario. Y un cuadro.
Dos garzas están paradas en un estanque. Rezuman algo lactoso por la boca. La luna llena se refleja en el agua y el cuadro se llama Parada láctea en Pollença, porque en la isla de Mallorca lo pintó Morea. Ese fue el cuadro que nos llevamos a La Matandeta. Hace poco vi las fotos de aquella noche de pintura y amigos. Sin embargo, hoy no las encuentro.
El pago de la pintura se estipuló en tres plazos. Cumplidos escrupulosamente durante ese mismo verano y acompañados de tres cenas en La Matandeta, con los Pelegrí como testigos.
Morea pasó a formar parte de nuestros habituales. En esta familia no se resta, sino que se va sumando. David, su hijo, celebró su boda en La Matandeta.
Pepe estuvo en el bautizo de Manuel. Le regaló un cuadro. Manu, tu primera copa, lo títuló. Participó en la boda de Rubén y Helena. Su regalo un óleo titulado Pasión. La última vez que nos vimos fue el día de su enlace con Claudio. En la casa de Chiva no cabía un alfiler más. Qué lástima que todos hayamos estado ocupados con otros asuntos durante todo este tiempo. Ya no habrá otra oportunidad. Buen viaje, Pepe. Un abrazo, Claudio.
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