Camina en el desierto, entonces notarás el valor del agua.
Desierto
J.M.G. Le Clézio
En el desierto de Merzouga, muy cerca de la frontera con Argelia, el campamento en el que nos hospedamos tiene wifi y calefacción, que no funciona. El desierto ya no es lo que era. Me siento como una guiri invasora de una realidad edulcorada. La cena es suculenta y después hoguera y tambores. Me imagino el Sacromonte lleno de americanos intentando bailar flamenco. Lo que hay que hacer para seguir adelante. No me gusta este desierto descafeinado y lleno de comodidades. Es más, no conozco otro.
Al día siguiente, nos levantamos a ver el amanecer. Aparece el sol a las ocho y cuarto. Y yo le añado la banda sonora de Here comes the sun, de los Beatles.
Anoche nos dieron la posibilidad de volver a donde se encuentra nuestro mini-autobús a lomos de dromedario . El resto del grupo decide que no. Hará mucho frío. Ya montamos ayer en dromedario. Pero yo persisto y a las ocho y media emprendo paseo con Mohamed, nuestro porteador de ayer. Un joven de veintiséis años que nació en una familia nómada, cerca de Ouarzazate.
Como Mohamed habla mal el inglés y yo también, nos entendemos a la perfección. Me explica que son cuatro hermanas y cuatro hermanos. Que el trabaja llevando arriba y abajo dromedarios desde hace dos años. Pero es un empleo de temporada. En verano, con temperaturas de cincuenta grados durante el día, el turismo que llega hasta el desierto es nacional. Los precios son muy bajos.
Encontramos un par de pozos y me dice que el agua se encuentra a siete metros de profundidad. ¿Tan poco? Que las lluvias llegan en septiembre y octubre. Y que la frontera con Argelia, marcada por el desierto, no está bien delimitada y es peligrosa. Hay piratas del lado de Argelia.
Mohamed es un chico de mirada dulce que intercambia número de teléfono con los turistas.
Nos encontramos botellas de plástico, latas abandonadas. Donde llega la civilización, también arriba la barbarie.
Ha sido un paseo de una hora, a lomos de dromedario. Una mañana soleada, sin frío ni viento. Por mucho que nos empeñemos en ser viajeros, no somos más que turistas en busca de rutas ya trilladas. Sin poder renunciar a la comodidad de nuestra forma de vida.
Se acabó el desierto de los románticos. Nos vamos para Fez.
Salve y ustedes lo pasen bien este año que ha acaba de comenzar. Que tengamos salud, paz y mucha serenidad interior.
Como Mohamed habla mal el inglés y yo también, nos entendemos a la perfección. Me explica que son cuatro hermanas y cuatro hermanos. Que el trabaja llevando arriba y abajo dromedarios desde hace dos años. Pero es un empleo de temporada. En verano, con temperaturas de cincuenta grados durante el día, el turismo que llega hasta el desierto es nacional. Los precios son muy bajos.
Encontramos un par de pozos y me dice que el agua se encuentra a siete metros de profundidad. ¿Tan poco? Que las lluvias llegan en septiembre y octubre. Y que la frontera con Argelia, marcada por el desierto, no está bien delimitada y es peligrosa. Hay piratas del lado de Argelia.
Mohamed es un chico de mirada dulce que intercambia número de teléfono con los turistas.
Nos encontramos botellas de plástico, latas abandonadas. Donde llega la civilización, también arriba la barbarie.
Ha sido un paseo de una hora, a lomos de dromedario. Una mañana soleada, sin frío ni viento. Por mucho que nos empeñemos en ser viajeros, no somos más que turistas en busca de rutas ya trilladas. Sin poder renunciar a la comodidad de nuestra forma de vida.
Se acabó el desierto de los románticos. Nos vamos para Fez.
Salve y ustedes lo pasen bien este año que ha acaba de comenzar. Que tengamos salud, paz y mucha serenidad interior.
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